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Una de mis frases favoritas es esa que dice: «Si quieres conocer realmente cómo es una persona no escuches lo que los demás dicen sobre ... ella, sino lo que esa persona dice de los demás». Esta frase tiene una gran sabiduría porque, en función de qué decimos y cómo lo decimos se sabe cómo somos. Nuestras palabras destilan lo que llevamos dentro y hay dos aspectos fundamentales en los que, en mis ponencias, sugiero analizar. Por un lado, las palabras en sí mismas, ¿son palabras positivas, contienen expresiones de admiración, de curiosidad, de agradecimiento. son palabras que transmiten generosidad y reconocimiento a los demás o más bien todo lo contrario? Cuando alguien nos traslada expresiones de queja, de crítica hacia los demás, de insatisfacción consigo mismo o con otros, de visión pesimista de la vida, los 'voy tirando', entonces esas palabras, en apariencia inocentes, nos van a permitir entender el dolor o la alegría que siente quien las pronuncia.
Y, el segundo aspecto en el que nos debemos fijar es, cómo las dicen, es decir la expresión del rostro (fundamentalmente la mirada) y del cuerpo (sobre todo el movimiento de las manos y de los brazos). Esa comunicación no verbal, independiente de las palabras, también nos va a transmitir mucha información sobre el estado de ánimo, incluso sobre la personalidad de quien las dice; vamos a poder percibir en ellas apertura o cerrazón, confianza o desconfianza, miedos o inseguridades, todo eso va a estar patente en el modo en que nos diga las palabras que escuchamos.
Como trato de expresar en el título de este artículo, las palabras no sólo tienen un contenido léxico o morfológico, también hablan por sí mismas en función del cómo se dicen y de la cualificación positiva o negativa de las mismas. No es lo mismo un 'gracias', acompañado de una sonrisa sincera, un 'me alegro mucho de verte' con una expresión corporal acorde con lo que nos dicen, que un 'ya era hora de que te acordaras' con el rostro encendido o enfadado o un 'a ver si nos vemos un día de estos' con absoluto desinterés en la mirada esquiva o con el cuerpo girado hacia otro lado.
Mi recomendación es que, cada vez que hablemos, que no haya distorsión entre lo que decimos y cómo lo decimos y que siempre que hablemos de otras personas, si es para bien, digámoslo bien alto y sin que ellas nos escuchen y si es para mal, hagámoslo en privado, con la persona delante y justificando nuestra manifestación. Todo lo bueno hay que decirlo a los cuatro vientos, lo menos bueno, o lo malo, al viento de cada cual. Quien habla bien es que lleva el bien dentro.
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