Asesinato del acanto. Escabechina vegetal. ¡Ay qué horror y qué dolor! Acanto. Ala de ángel, gloriosa ala verde de ángel verde y vuelo verde y ... silbo verde. Planta hiperclásica donde las haya, que silba (¡vaya que si silba!) cuando lanza al vacío la pepita de la reproducción (semilla) para que risueña crezca una nueva planta doquiera caiga. Paso varias veces al día frente al desaguisado, paisaje vegetal de ominoso exterminio. De verlo y no creerlo. Con nocturnidad y alevosía, una mano anónima sin nada mejor que hacer ha borrado del mapa, por su raíz rapado, el macizo de acantos que en silvestre apretón crecía, florecía y silbaba a los viandantes en la avenida de los Infantes, nº 5, rinconada de la parada del autobús circular, donde la añorada tienduca de Obregón.
«Puedo escribir los versos más tristes esta noche». De regreso de un acto en el Ateneo, me sumerjo en al verso inicial del Poema XX de Pablo Neruda que enjoya su obra 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada'. Clama al cielo que en la culta ciudad de Santander, 'La Atenas del Norte', alguien haya pasado a cuchillo (hoz o podadera) la planta considerada símbolo de la eternidad en la Grecia clásica. Donde los sabios más sabios de todos los sabios filosofaban en su cercanía.
De cultura elemental es que el acanto está en los libros de historia. Y en la ornamentación arquitectónica. Desde que cinco siglos antes de Cristo el genial escultor Calímaco mutó, en los órdenes arquitectónicos de su tiempo y lugar, las volutas de los capiteles de estilo jónico hacia el estilo corintio mediante elegantes pétreos motivos vegetales que confieren supremo protagonismo al vistosísimo acanto.
Buena parte de la culpa es del Ayuntamiento. Al que catalogar, proteger y cuidar el florido acanto urbano se le trae una higa. Lo que toca ahora es plantar un aparcamiento de autocaravanas en Cueto. Por donde el extinto hipódromo de Bellavista.
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