Encubridor, que encubre. Para que algo no llegue a descubrirse. Tan certero vocablo español lo incluye el marqués de Santillana en una de sus más ... hermosas serranillas, dedicada a la mozuela de Bores, con quien virtualmente me traslado hasta Frama: «E fueron las flores ⁄ de cabe Espinama ⁄ los encobridores». El papel encubridor de las flores es natural. Tapan las faltas de las paredes, los mordiscos del sol y de la lluvia, los desconchones, los nidos de las ratas. Y los irreprimibles prontos de los prostáticos, que tras ellas se guarecen para aliviar de ácido úrico la vejiga.
En nuestros días, hay plaga de encubridores. Táctica: taparse unos a otros las miserias mientras todo va bien y amagar con tirar de la manta y dejar al desnudo las vergüenzas del enemigo íntimo cuando cesa la armonía y los encartados en un proceso común profesan la cobarde máxima del 'sálvese quien pueda'.
Las películas de mafiosos prueban que los atracadores se respetan mientras los atracos funcionan y el botín crece. Pero hay un momento. en que el más ambicioso de la banda decide que es del género tonto hacer partes pudiéndose él quedar con todo. Así determinado, habla el plomo y empieza a correr la sangre.
En nuestra presente Corte de los Infamias, raro es el día que no despertamos con el anuncio de un pillado en falta que anuncia que va a soltar la singüeso y se va a acabar sabiendo todo sobre el turbio desfalco común por el que se le quiere hacer pagar a él solo. A quien por su mala cabeza en chirona acabe, gran paz hallará leyendo con dolor de corazón y propósito de enmienda la 'Oda a la vida retirada' de Fray Luis de Granada: «¡Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido / Y sigue la escondida senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido».
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