Chunga expresión pejina que Pereda incluye en el 'Informe sobre el dialecto montañés' que eleva a la Real Academia Española en 1875. Donde los lumbreras ... de otras regiones alardean de no chuparse el dedo, el pejino a quien un embaucador trata de enredarle le espeta que no le venga con milongas que él no se mama el deo.
Respecto del habla, Pereda pontifica: «En la capital se canta la frase, sobre todo por las mujeres del pueblo bajo, en escala ascendente, con una rápida cadencia final, del peor efecto. A este modo de hablar se llama en los pueblos inmediatos pejín o pejino. Desgraciadamente no es la música lo que más desagrada en este lenguaje de pescadoras y cargueras, es la extraña facilidad con que éstas pasan de la conversación a la riña y de la riña al escándalo, y se transforman de mujeres en furias. Y es que, en mi concepto, hay mucho de chocarrero y provocativo en sus inflexiones de voz y en sus ademanes. Sin haber llegado a enfadarse, ya se golpean las caderas y esgrimen los puños, y juran y votan como carreteros. Los hombres son menos vehementes y no exageran tanto los acentos. Por lo que hace al lenguaje en sí, tiene lo peor de cada región, más los resabios propios de todo puerto de mar».
El deje pejín o pejino es una cosa. Y harina de otro costal, la aplicación de este nombre a los habitantes de lugar. Los de Laredo son laredanos o laredanas. Y pejinos o pejinas, por efusión popular. Cela, que no se mamaba el dedo, en 'Del Miño al Bidasoa' (1952), les asigna dos gentilicios: pejines y tiñosos. Y en boca de bocazas pone el cantar: «¿Qué es aquello que relumbra / entre dos carabineros? / La cabeza de un tiñoso / que venía de Laredo». Que con este precedente don Camilo tenga calle en Santoña y no en Laredo se entiende.
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