En mi entrega del pasado 28 de marzo, advertí de la proximidad del XVII Centenario del Concilio de Nicea, primer concilio ecuménico de la iglesia ... cristiana. Fechas: 20 de mayo a 25 de julio del año 325. Convocado por el emperador Constantino en la ciudad turca hoy conocida como Iznik con asistencia de unos 300 obispos, surgieron del encuentro infinidad de ideas que hoy son la verdad de la misa. Mismamente el Credo, que tantos creyentes recitan rutinariamente a diario sin reparar en su niceo origen.
Mañana, martes, se cumplen 1.700 años del repique inaugural. Y, pese a lo mucho que de este primario concilio se ha escrito, las luces historiográficas que del mismo alumbran palidecen ante las sombras que lo envuelven. Para más saber sobre el mismo, considero de imprescindible lectura el trabajo que nuestro convecino y amigo, profesor e historiador de la Universidad de Cantabria, Ramón Teja, comparte con Silvia Acerbi. Título clarificador: 'El Concilio de Nicea y los inicios de una nueva relación entre el poder imperial y la jerarquía eclesiástica'. Búsquese en Anuario Historia de la Iglesia, 32 (2023:49-68). Su lectura a nadie defraudará. Pues es de gran enseñanza. Sin cargar las tintas, con objetividad plena, los autores dan pormenorizada cuenta de cuanto se sabe y aventura. Y, también, de cuanto se ignora y pende de recta exhumación.
En Nicea, el poder político y el eclesial equilibran los dos platillos de la balanza. Nada de particular. Poderes sempiternos. Mas lo conciliado allí no fue grano de anís: condena de la controversia arriana, definición de la naturaleza de Cristo, invención del Credo, fijación de la Pascua, disciplina eclesiástica, etc. Que el papa Silvestre bautizara al romano emperador Constantino se asevera. De su estrecha relación (diálogo, convivencia, acuerdo, cesión, renuncia, concierto...) derivaron para la humanidad grandes beneficios. Sirva de aviso para el presente en insensata guerra y de móvil para un futuro de paz, respeto y concordia universal.
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