Erradicación de la pobreza
Los retos del desarrollo económico sostenible y de la pobreza global y urbana
Antonio Moreno
Lunes, 20 de octubre 2025, 07:20
El viernes 17 de octubre se celebró el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, un buen momento para analizar la situación y afirmar ... que un hito reciente en el desarrollo económico global ha sido su rápida reducción a nivel mundial, del 40% de pobreza global en 1980 al 9% en 2025, aunque es necesario destacar que este descenso ha coincidido en el tiempo con un gran aumento en la población, de unos 4.000 millones de personas.
La reducción de la pobreza, experimentada por países asiáticos y latinoamericanos se debe en gran parte a su integración en el comercio internacional en una era de profunda globalización económica. Sin embargo, durante la última década, esta disminución ha sido bastante más lenta por factores como los conflictos, el impacto del Covid-19 o el nacionalismo económico cada vez más imperante.
El Banco Mundial estableció en 2022 la línea de la pobreza extrema en un ingreso personal diario equivalente a 2,15 dólares internacionales. El África Subsahariana sigue concentrando el mayor número de países con esos ingresos: República Democrática del Congo, Madagascar, Nigeria, países del Sahel y del Cuerno de África. También se encuentra en zonas del sur de Asia, muy pobres en cuanto a pobreza multidimensional, una medida de pobreza más precisa, que incluye factores como acceso a vivienda, alimentación, educación, sanidad o energía.
La inercia de la pobreza se amplifica en círculos viciosos. A nivel agrícola, la falta de recursos impide a los agricultores acceder a semillas y herramientas adecuadas, resultando en cosechas insuficientes, y a su vez, esta precariedad provoca malnutrición y debilita la capacidad de trabajo. Sin excedentes ni ingresos, no pueden invertir en la mejora del suelo o irrigación, lo que degrada la tierra y perpetúa la pobreza agrícola. Desde la perspectiva de la gobernanza, las malas políticas y/o la baja capacidad fiscal conllevan una baja inversión en infraestructuras, sanidad o educación, lo que trae consigo una población con baja esperanza de vida y sin educación, que no puede diversificar la economía, quedando dependiente de materias primas con bajos ingresos que causan más deuda. Finalmente, la escasez puede generar conflicto, destruyendo la infraestructura e incrementando la vulnerabilidad del país a factores ambientales.
No es sencillo para estos países salir de la pobreza. Por una parte, su desarrollo seguramente no podrá seguir el camino clásico de industrialización manufacturera, como en los países asiáticos –estos son muy competitivos en este ámbito y copan la gran mayoría del mercado mundial–. Por ello, algunos economistas argumentan que África tendrá que «saltar etapas» aprovechando servicios y tecnología que superen obstáculos como la falta de mano de obra, infraestructuras o financiación. Un desarrollo de industrias de servicios que genere una capacidad fiscal que, bien administrada, pueda convertir los círculos viciosos en círculos virtuosos. Este buen gobierno implica instituciones fuertes, respeto por la libertad política y económica, y políticas educativas, sanitarias y de innovación adecuadas. En definitiva, se requieren poderes públicos que fomenten el florecimiento de empresas y familias. Esta combinación virtuosa entre sector público y sector privado es necesaria no sólo para salir de la pobreza, sino para no retornar a ella, como nos recuerda el caso de Venezuela.
A pesar de la reducción global de la pobreza, también en los países ricos se percibe una pobreza urbana, cuyo rostro son a menudo inmigrantes que salieron de sus países por falta de oportunidades. En este sentido, una integración de estas personas es deseable y necesaria y a ella hemos de contribuir tanto los habitantes del país receptor como los propios inmigrantes, con su deseo de contribuir al país que les acoge. Esta integración no solo beneficia a quienes llegan, sino que es vital para mantener una clase media amplia y cohesionada en los países receptores. Una clase media robusta es el pilar de la estabilidad social y económica: sostiene el consumo interno, financia los servicios públicos y genera movilidad social ascendente. Cuando la integración falla y se crean bolsas de exclusión persistente, se erosiona este tejido social, aumentando la polarización económica y social.
En el reciente Encuentro Mundial sobre fraternidad humana, el Papa León XIV subrayó que todo desarrollo económico sostenible debe asentarse sobre tres pilares fundamentales: el cuidado, la confianza y el don. Es una sugerente propuesta para orientar la economía hacia el bien común y la construcción de sociedades en las que cada persona pueda desplegar plenamente su dignidad. Sobre estos fundamentos se hace más fácil reconocernos como hermanos y dejarnos conmover por el sufrimiento ajeno. En definitiva, las políticas públicas y las estrategias económicas destinadas a reducir la pobreza han de sustentarse en una sincera y permanente búsqueda del bien común.
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Navarra
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