El parque de Alceda
La decidida acción de los vecinos evitó a mediados del siglo pasado la desaparición de un espacio único en nuestra comunidad autónoma
Aurelio González-Riancho Colongues
Delegado de Hispania Nostra en Cantabria
Viernes, 10 de octubre 2025, 07:12
Los históricos balnearios termales de Alceda y Ontaneda estuvieron unidos desde el inicio del Siglo XX por un magnífico parque con ejemplares arbóreos seleccionados como ... palmeras, tilos, fresnos, cedros, robles, castaños de indias, chopos, nogales, abetos, cipreses o secuoyas. Los bañistas que acudían desde cualquier lugar de España a tomar sus aguas sulfurosas, a curar sus males, a descansar y a socializar, paseaban y disfrutaban de sus verdes y marrones, de su silencio y de su luz, aún hoy pasear entre los tilos, el estanque o a la orilla del río Pas, se convierte en una inolvidable sensación y no exageramos si decimos que probablemente no encontramos en la provincia un parque mejor.
En 1910, la familia Cortines, dueña del balneario, decide construir un gran jardín con dimensiones de parque, para lo que adquieren 50 prados vecinales hasta completar siete hectáreas, y con el proyecto de Agustín Escalante, el paisajista de Mazcuerras, se irá conformando ese parque buscado ese primer tercio del siglo por bañistas procedentes de todos los rincones de nuestro país. Pero a unos buenos años sucedieron otros por todos conocidos y, después, la difícil posguerra. Aquellos malos tiempos para el higienismo amenazaron seriamente con la desaparición del parque, que logró sobrevivir por la ejemplarizante actitud de las gentes de Alceda.
La tradición oral, mantenida por varios de los vecinos que vivieron ese episodio, compone un alegato medioambiental; Libertad Villegas, Antonio Escudero, Teresa Sedano, Pilar, Fernando, José Alonso... ninguno puede olvidar aquellos hechos.
Finalizaba la década de los 50 y los propietarios del balneario y del parque decidieron vender el gran jardín con sus árboles a una empresa maderera. Una dura y larga mañana, sin otro aviso, se presentaron los obreros e iniciaron el derribo de los mejores ejemplares del Paseo de los Tilos y aquí entra el relato de los testigos sobrevivientes que setenta años después lo recuerdan con emoción.
Libertad Villegas, 'Libi', explica que, hacia las tres de la madrugada, le despierta una llamada de Amado López, 'Amadito', alertándola de lo que ocurría. Con Manuel Riancho, 'Cocó', ambos se presentan en el parque y presencian el desastre; los cortadores de árboles han empezado por el Paseo de los Tilos, el más emblemático de todos ellos, arrasando con los mejores ejemplares, que han sido arrancados y talados con enormes sierras. Todo el pueblo se pone en guardia, las campanas de la iglesia de San Pedro repican llamando a concejo de urgencia y se decide que las gentes acudan al parque y que cada vecino, adulto o niño, se abrace a un árbol para detener la agresión. Acuden las fuerzas vivas, con su alcalde al frente y otros vecinos como Ambrosio Braun y Chuchi Carapucheta, y en las horas siguientes el pueblo se une para impedir la pérdida. Manolo Riancho y Joaquín Villegas hablan por teléfono con el ministro secretario general del Movimiento y delegado nacional de sindicatos, José Solís Ruiz, al que convencen para que ordene que se detenga el destrozo y se inicie una negociación.
Aquí comienza una importante fase negociadora que debe ser recordada.
El pueblo de Alceda quiere evitar a toda costa la desaparición del parque y está dispuesto a hacer todo cuanto sea necesario, pero los madereros tienen unos derechos adquiridos al haber pagado una enorme cantidad de dinero por el terreno de la que el pueblo no dispone.
El ingenio y la iniciativa, que ahora tanto echamos en falta, intervienen. Riancho telefonea a su gran amigo Manuel Gómez, un pasiego emigrado a Francia que ha levantado en ese país una importante empresa de galletas y que mantiene vínculos con el pueblo y que inmediatamente se presenta en Alceda y se involucra adelantando 12 millones de pesetas para tranquilizar a los madereros, que, al recuperar la cantidad pagada, desisten y desaparecen de escena.
Así, la propiedad del parque y, en consecuencia, de los árboles, pasa al pueblo de Alceda, que pronto recompone el Paseo de los Tilos para recuperar su vieja elegancia. Antonio Gómez obtiene la concesión temporal de la madera del monte Landreo. El parque se ha salvado.
Han pasado años, lustros, décadas, y esta historia no debe olvidarse. Debe recordarse siempre. Los vecinos de Alceda escribieron una historia ejemplar en la defensa del patrimonio cultural, medio ambiental y paisajístico. Sin esa defensa ejercida a ultranza, el parque de Alceda, único en nuestra tierra, se habría perdido. Es de justicia recordar a Amadito, a Libi, a Cocó, a Villegas, a Braun, a Carapucheta, Gómez y a otros lugareños olvidados que escribieron un alegato pionero en la defensa del Patrimonio, una defensa que todavía muchas veces reclamamos.
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