Demografía y riqueza
La edad media de la población, la tasa de dependencia y la distribución geográfica, pesan tanto como las reservas de petróleo o la solidez de la moneda
La riqueza de las naciones no se explica por el tamaño de sus bancos centrales, por el nivel de industrialización, o la abundancia de recursos ... naturales. Existe un factor silencioso y determinante que es la demografía. La estructura de la población, su ritmo de crecimiento, y la distribución por edades, marcan el horizonte económico de cada país de forma tan decisiva como clara. Podríamos pensar que el número de habitantes implica, casi de forma automática, mayor riqueza, pero la realidad es más compleja. China e India, las dos naciones más pobladas del planeta, ilustran bien este dilema: mientras la primera ha logrado convertir su gigantesca demografía en una bien engrasada máquina productiva que la catapultó a potencia económica, la segunda sigue luchando para convertir su 'bono demográfico' en prosperidad real. La diferencia radica en cómo se gestiona el capital humano, educación, sanidad, innovación, capacidad de absorción laboral… Los economistas acuñaron el concepto de 'bono demográfico' para referirse a la oportunidad que surge cuando una sociedad cuenta con una mayoría de población en edad de trabajar, frente a una minoría dependiente, niños y ancianos. Esa proporción favorable, permite un aumento de la productividad y, con ella, del crecimiento económico. Esto es lo que vieron los llamados Tigres Asiáticos, en la segunda mitad del siglo XX: invirtieron en educación y sanidad, crearon industrias de alto valor añadido, y aprovecharon el empuje de millones de jóvenes para salir de la pobreza en poco más de dos generaciones.
Europa ofrece hoy la otra cara de la moneda. Con la población más envejecida del mundo, la mayoría de los países se enfrentan a problemas dobles: menos trabajadores para sostener el sistema productivo, y más jubilados que atender. Alemania, Italia y España ya viven el impacto de esta tendencia, que se traduce en presión sobre los sistemas de pensiones, aumento de los costes sanitaros, y necesidad de importar mano de obra barata. La paradoja europea es clara, sociedad rica que, al perder vigor demográfico, corre el riesgo de estancarse económicamente. América Latina y África responden a dos realidades diferentes, pero igualmente reveladoras. En Latinoamérica la transición demográfica está en marcha, la tasa de natalidad ha caído lentamente, pero aun existe un amplio contingente de jóvenes que podrían convertirse en motor económico. El reto está en absorberlos en los mercados laborales, mucha veces informales o precarios. Si esto no ocurre surge la frustración social. África, en cambio, vive todavía la fase de explosión demográfica. Nigeria, Etiopía, República del Congo… sumarán cientos de miles de habitantes en las próximas décadas, pero la abundancia de jóvenes no es sinónimo de desarrollo sino se acompaña de una política de educación masiva, infraestructuras y estabilidad política. De lo contrario, el continente más joven del planeta corre el riesgo de que su capacidad humana, se convierta en un peso insostenible.
La riqueza de los pueblos, por tanto, no depende sólo de cuantos son, sino de cómo son y en qué momento de su ciclo vital se encuentran. La edad media de la población, la tasa de dependencia y la distribución geográfica, pesan tanto como las reservas de petróleo o la solidez de la moneda. Japón, que se viene mostrando como un país desarrollado, puede ver comprometido su futuro por el envejecimiento extremo de su población, a pesar de su innovación tecnológica y de su disciplina productiva.
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