Ahora lo entiendo todo
Berta Álvarez Acal
Periodista y chef
Miércoles, 7 de agosto 2024, 07:13
Come hija, come. Que tienes que crecer». Yo crecí escuchando esa frase cuando teníamos la suerte de comer con mi abuela Emilia, hecho que afortunadamente ... ocurría muy a menudo. Ella venía casi todos los domingos a mi casa, cargada con cuatro tortillas de patatas, patatas de las de verdad… Mi abuela transportaba cada tortilla entre dos platos de loza, envuelta con un paño de cocina al que le hacía un nudo para que no se volcasen. Y así cuatro tortillas, una encima de otra.
Nos empeñábamos en ir a buscarla a su casa, pero ella insistía en venir en transporte público. Su viaje dominical consistía en varías paradas de metro con transbordo y después un autobús que cogía en Moncloa. Dos horas de viaje, con dolor de rodillas y cargada con bolsas y no le importaba nada. Ahora lo entiendo todo.
Cuando ella no podía venir, íbamos nosotros a su casa en la calle de Los Tres Peces, en el castizo barrio de Lavapiés. Yo me quedaba muchas noches a dormir con ella. Me encantaba acompañarla a la compra. Desde muy pequeña comprobé cómo mi abuela gestionaba su ajustado presupuesto doméstico con una maestría asombrosa. Ahora lo entiendo todo.
Hacíamos la compra en el mercado de Antón Martín e íbamos de puesto en puesto, saludando a los tenderos y 'enseñándome' a todos sus amigos vendedores, para que vieran qué bien se criaba la niña… Ahora lo entiendo todo.
Siempre supe por mis cuatro abuelos de la dureza de la Guerra Civil, de los años que les tocó vivir. Pero después de escribir mi primer libro, 'Recetas de Guerra, España a través de su gastronomía' (Editorial Kailas), indagar en archivos familiares y documentación de la época, y después de haberme sumergido en la historia gastronómica, social y sanitaria de aquellos años, me ha hecho ser mucho más consciente de la barbarie que vivieron aquellas generaciones, las nacidas a finales del siglo XIX y principios del XX y la generación de los niños de la posguerra. Todo eso me ha ilustrado mucho más de la dureza de aquellos días bélicos y de la casi más cruda posguerra.
La generación de mis abuelos y los padres de éstos vivieron en primera persona un cúmulo de hechos históricos, revueltas populares, conflictos mundiales y como colofón la Guerra Civil de nuestro país. El hambre, el afán por la supervivencia, el ingenio, el tesón y la gallardía marcarían para siempre a estos actores que sin quererlo serían protagonistas.
Desde hace ya muchos años, mi madre guardaba con mucho cariño el cuaderno de cocina manuscrito de su tía y madrina Pilar. Se trata de un recetario precioso que ella empieza a escribir con 15 años en 1913, en Zaragoza, su ciudad natal. El destino hizo que mi tía abuela se trasladara a Madrid y allí viviera el resto de su vida. Su afición por la cocina la mantuvo toda la vida. Todos sus apuntes culinarios son una maravilla, pero son las recetas de la Guerra Civil las que llaman más mi atención.
¿Cómo las cocinaría, si casi no tienen ingredientes? ¿Cómo sabrían aquellos platos? ¿Cómo sobrevivieron al hambre? ¿Qué aspecto tendrían aquellas comidas? Tenía que recrearlo. Indagar. Pero también quise documentarme y aprender de cocineros, amas de casa y gastrónomos del momento. Haber podido recuperar aquellos platos de guerra me ha transportado a un viaje trágico e ingenioso en el tiempo.
El recetario de cocina familiar ha sido mi fuente principal de inspiración. Ese cuaderno me ha invitado a sumergirme de pleno en la gastronomía de aquellos años. Decidí recrear recetas desde la Segunda República, inspiradas en grandísimos cocineros o gastrónomos de los años de la Restauración.
La brutalidad de la guerra truncaría, sin embargo, cualquier atisbo de futuro. Comprendí cómo la necesidad y las ganas de sobrevivir desatan el ingenio y la picardía. Con las recetas de supervivencia del chef Ignacio Doménech, me empapo de información y de fórmulas magistrales con amargo sabor a batalla. En la guerra y los primeros años de la posguerra, comer en muchas zonas de España era casi imposible. Conseguirlo una proeza.
Los testimonios de mujeres heroicas como Monlora, Marisa y Emilia hacen que ahora, más que nunca, lo entienda todo.
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