Sin besos
Una de las grandes pérdidas de la pandemia han sido los besos, que se echan mucho de menos ahora que hasta los amigos más ... cariñosos te chocan el puño o te hacen la cobra, como si fueran centroeuropeos o, peor, como si tuvieras algo contagioso. Que sí, que será lo que toca, que lo de antes era un cachondeo y más de una andaría hartita de tanto besuqueo y tanto besucón, pero es que ahora... Al final, hemos hecho bueno aquel dicho de que les das la mano y te cogen el codo. Y tampoco es plan. Casi parece que vivamos en una película censurada, de esas a las que los curas de la censura obligaban a recortarle las escenas de besos.
Una excepción podríamos hacer con los besos de Judas y los de los políticos en campaña, pero el resto de besos, por mucho riesgo que entrañen, deberían ser un bien protegido. Declararse patrimonio de la humanidad. Para empezar, los dos besos de saludo tan peligrosos no eran, porque hace tiempo que más bien se marca el gesto, y el beso acaba soltándose al aire. Los besos de abuela, esos tan sonoros, sería una crueldad prohibirlos; sobre todo, por lo que se echan de menos cuando faltan. Y los de amor... esos da igual lo que contagien, porque, como no los haya, la vida se convierte en algo muy triste.
En el colegio, mi profesora de Naturales aseguraba que los labios eran un regalo de la naturaleza. Diseñados sólo para darnos placer, su única utilidad -además de despertar el deseo ajeno- eran los besos. Lo malo es que también nos explicó aquello de que los órganos que no se utilizan se atrofian y acaban por desaparecer. ¿De verdad queremos un mundo sin besos?
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