Un buen ejemplo

Ser portavoz requiere de algún tipo de cualidad innata, pero en realidad se trata de un conjunto de técnicas que, bien entrenadas, resultan eficaces para lograr dos objetivos: credibilidad y confianza.

Tuve un magnífico coach francés que me enseñó algunos secretos para ser un buen portavoz. Lo he sido durante más de veinte años en una actividad sujeta a la controversia y al escrutinio público. Una de sus primeras lecciones se resumía en tres ideas: si quieres llamar la atención, cuenta una historia. Si quieres ser convincente, usa una cifra. Si quieres que te entiendan, pon un ejemplo.

Los ejemplos a veces son peligrosos porque intentan explicar algo complejo de una manera simple. Los hilillos de plastilina de Rajoy para describir el escape del Prestige forman parte de la colección de ejemplos pésimos. No siempre acertamos con los ejemplos. Para un portavoz es un buen recurso, siempre que se acierte a trasladar fielmente a la audiencia lo que se quiere explicar. Y no siempre es sencillo.

Las historias captan nuestra atención; tienen ese fin. Las parábolas del Evangelio y las fábulas de nuestra literatura clásica buscan contar una historia que capte la atención y de la que se pueda extraer una enseñanza. Eso es un buen ejemplo. Martin L. King movió a millones de personas en Estados Unidos explicando una historia: el sueño de como veía el futuro de su nación. Steve Jobs fue en su juventud un apasionado lector y una parte muy importante de su visión empresarial y tecnológica la describía con historias y ejemplos literarios.

Comunicar con ejemplos ayuda, explica y mueve. Un buen portavoz lo sabe, aunque también debería conocer los riesgos que en ocasiones acarrea.