En todas las caracolas se oye el mar
En este estado de alarma interminable, en el que tanto se legisla, podríamos incorporar una ley que acabe con el ignorante y mentiroso
Me duele la ignorancia y muchas veces la mala intención que se percibe a nuestro alrededor en el reconocimiento sobre todo de nuestra historia, ... de nuestra cultura, de nuestros pueblos..., que ha llegado a las tertulias de radio, y sobre todo de la televisión, aunque ya sabíamos que la cultura general en la televisión no pasa de sargento. No podíamos suponer, sin embargo, que veríamos intervenciones ignorantes por doquier, muchas veces sesgadas.
Está claro que la lectura de muchos libros por sí solo no inmuniza contra la ignorancia, esto no va de vacunas, y muchas veces solo nos concede la facultad de revestir la ignorancia de vocabulario. Resulta vomitivo presenciar razonamientos políticos tendenciosos, interesados y vendidos sobre todo en temas sensibles como la independencia, la democracia, la monarquía, el descubrimiento o la eutanasia. Se está haciendo habitual el escuchar sesudos comentarios ignorantes claramente retribuidos y partidarios en tertulias que se presumen independientes y que se rigen por el viejo aforismo de «alquilo opiniones políticas, creencias religiosas y pronósticos del tiempo para todos los gustos y necesidades», que repetía con sorna un viejo político gallego.
El origen de tanta confusión y tanta mentira para su análisis necesitaría un tratado, pero podríamos señalar en su prefacio, sin equivocación, que este Estado autonómico que nos hemos dado con perspicacia práctica muestra algunos defectos que, si no se resuelven pronto, darán pábulo a la mentira entusiásticamente defendida por el ignorante en esta confusión y originará conflictos de difícil predicción.
Hoy se acepta la mentira como proposición preelectoral. Como era en campaña se permite todo
El principal, sin duda, es la estructura asimétrica del Estado que hemos construido y que está en el fondo de la mayor parte de las tensiones. Además, hace a papá Estado sujeto de continuas recriminaciones y reproches por los desajustes evidentes que fabrican, de hecho, un estado federal parcial dentro del autonómico.
Podríamos definir esa situación con el nombre que con gracia registró un partido político andaluz en sus primeras elecciones autonómicas 'Candidatura del Descontento'. Así se llamaba. En ella estamos hoy afiliados la mayor parte de los españoles y no sé por qué entonces no podemos resolverlo.
Sucedió que en un momento determinado esa estructura asimétrica, interesadamente por parte de algunos con cojera separatista, se trasladó no sólo a lo económico, si no también a la educación, a la sanidad e incluso a veces a la justicia, que no solo se ejercita con menos medios en unas u otras autonomías, sino que incluso con los centenares de aforamientos origina una 'injusticia' transversal que hace que lo juzgado no sea igual para todos.
Eso nos hace estar continuamente recriminando al papá Estado y echarle en cara desajustes evidentes.
Pocas cosas hay más duras que juzgar con severidad o recriminar a un padre pero 'en todas las caracolas se oye el mar', el mismo mar y eso no ocurre ahora mismo en el Estado de las autonomías.
Todos los partidos políticos, a derecha e izquierda, en sus eslóganes de campaña presentan con ostentación lo que se define siempre como 'el cambio'. El ánimo de cambiar cosas es el objetivo y no es una mala estrategia en sí misma, lo malo es que nada se cambia en el camino de una legislatura y nada sucede.
Hoy se acepta la mentira como proposición preelectoral y, por lo tanto, se ofrecen todo tipo de cambios teóricos que nunca se cumplen. Como era en campaña se permite todo. Es este quizá el mayor defecto conocido de nuestra democracia en sus leyes no escritas y tiene gran trascendencia: se elige y vota en base a un programa que resulta mentiroso, ¿y después qué? El mal ya está hecho y en cuanto se oficializan los resultados 'tararí que te vi'.
¿Recuerdan las noches de insomnio confesadas si se asociaba con un determinado candidato?, ¿recuerdan el 'te juro por esta' que no subiré los impuestos?, ¿recuerdan el crearé 500.000 puestos de trabajo o me voy?
Pues además, todos los partidos o casi todos prometieron terminar con los fueros, con los aforamientos, con la diferente atención/prestación sanitaria en cada autonomía, con la deformación de la historia en el sistema educativo, con la marginación del castellano como lengua vehicular y más cosas.
Los ciudadanos debemos exigir que se cumpla lo que se promete.
«Si escuchas a Wagner durante más de una hora te dan ganas de invadir Polonia», decía un bromista compañero mío. Ese sentimiento invasor hacia algún programa de radio o hacia algún plató de televisión me asalta cuando caigo débil en el error de conectar algún canal o emisora de los que ustedes ya sospechan. De todas formas, en este estado de alarma interminable, en el que tanto se legisla, podríamos incorporar una ley que acabe con el ignorante y mentiroso cuando coinciden. Porque alarmante sí es.
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