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Cincuenta años de incredulidad

Jueves, 4 de julio 2019, 08:29

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Mis dos abuelas eran dos creyentes de mucha categoría. Hasta que la salud se lo permitió, Amelia, la paterna, subía de rodillas los peldaños ... de la ermita de Covadonga en cuanto 'La Santina' le concedía algún deseo, y en el cuello de la materna, colgaba el escapulario de la Virgen del Carmen mientras atendía la venta de pescado en su puesto de la Plaza de la Esperanza. Como se dice ahora, creyentes no, lo siguiente. Pero ninguna de ellas se creyó eso de que el hombre había llegado a la Luna. Era inútil discutir sobre el asunto. Cuando comprobaba que no podía convencerlas, las dos amortiguaban mi enojo con una sonrisa que más o menos me decía: «qué juventud ésta que se cree estas cosas». Es igual que les dijera que yo mismo lo había visto por la televisión o que había salido en los periódicos. «No te creas todo lo que dicen los papeles, hijo», me decían. Así que desarmado y cautivo por aquella bendita incredulidad de tales creyentes, me iba con la música a otra parte.

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