Complejos
Las relaciones en política son como las otras, es decir, las que nacen del corazón. Aunque, a veces, llegue el flechazo, es más hermoso ... que los sentimientos engorden lentamente en el espíritu y, que, en el espacio donde se aprecia el latir de otro cuerpo, acabe por descubrirse lo más valioso de la vida. Esto puede cegar a cualquiera; también a quienes ejercen el poder. El gobernante seductor comienza agradeciendo el tono y, para apuntalar la conquista, hipoteca el país. En todo votante español hay un Kiko Rivera.
Al enamorado se le supone la buena fe; el político, sin embargo, prefiere hundirse en la moqueta sin pensar en los principios. De esto aquí sabemos demasiado. Y, sinceramente, no ayuda que, ante la enésima connivencia del socialismo con el mundo abertzale, vuelvan las voces de siempre a proclamar que la izquierda no debe entenderse con los nacionalistas y a exigir que vuelva el PSOE «de siempre».
La verdad (la cruda y desesperante) es que el PSOE sólo existe como inercia. El PSOE fue aquel milagro de Suresnes en 1974: la formidable maquinaria electoral dirigida por González y su generación -y diseñada, en buena parte, por los alemanes-, que propuso un modelo de suaves políticas socialdemócratas. Cuando Felipe y sus compañeros cedieron el timón, quedaron los grumetes y los arribistas, que heredaron la marca y, por lo tanto, conservan las opciones de mando.
Pero, oiga, ¿y los afiliados? Los afiliados son quienes, en los años de Rajoy, se dejaron acomplejar por aquello del 'PPSOE' y que llegaron a creerse su condición de fuerza revolucionaria contra Susana Díaz. Los que gritan «con Rivera, no», al tiempo que se hacen perdonar por Arnaldo Otegi.
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