Crítico siempre ponderado en su juicio y elegante en la expresión, conversador docto y ameno, hombre consciente de sus limitaciones y, al mismo tiempo, animado por un afán de superación, una vocación de servicio, una generosidad y un sentido del humor extraordinarios. Así veo hoy a Ricardo Hontañón, a quien tuve la suerte de conocer hace más de veinte años y con cuya amistad me honró desde entonces.
Resulta tan difícil concebir sin su presencia la vida musical de Santander a partir de ahora como absurdo sería repasar la de las últimas cuatro décadas sin acudir a sus escritos, ya se trate de las innumerables notas al programa o las aún más abundantes reseñas críticas en El Diario Montañés y la revista especializada 'Ritmo'. Acaso fueran su juicio agudo y la mesura del estilo sus rasgos distintivos y las razones por las que tantos aficionados estaban pendientes de todo aquello que escribía.
Muchos salimos beneficiados de tan larga y fecunda trayectoria y es indudable que su acertado criterio educó musicalmente a varias generaciones de santanderinos. Quienes pudimos conocerle más allá de sus escritos extrañaremos al crítico, claro está, pero sobre todo, echaremos de menos al amigo que se desvivió por ayudar.