Demografía y destino
Quienes sienten que la inmigración les 'roba' su país se equivocan. El verdadero desafío es sostener el crecimiento con una población cada vez más envejecida
En el siglo XIX, el filósofo y matemático francés Auguste Comte acuñó una frase para describir las consecuencias del crecimiento poblacional: «La demografía es el ... destino». El estudio de factores demográficos como el tamaño de la población, el equilibrio entre hombres y mujeres y los cambios en el perfil de edad es fundamental para entender muchas de las tendencias que determinarán nuestro futuro en el siglo XXI. Así la observación de Comte es muy acertada.
El impacto de las tendencias demográficas se verá dentro y fuera de los países. Por ejemplo, se estima que, para 2050, uno de cada diez bebés del mundo nacerá en Nigeria y, consecuentemente, será uno de los países más jóvenes y poblados del planeta. Por otro lado, Europa tendrá una población cada vez más envejecida, lo que planteará desafíos para sostener el crecimiento de la economía y garantizar el modelo actual de bienestar, incluyendo pensiones.
El sistema actual se remonta al siglo XIX, y el primer país en introducir una pensión estatal de vejez fue la Alemania de Otto von Bismarck. El 'canciller de hierro' no era precisamente progresista, pero sí pretendía frustrar una demanda del creciente movimiento sindical industrial, y muy pronto otros países siguieron el modelo germano. Sin embargo, el coste de las pensiones en aquel entonces era relativamente bajo: el subsidio era muy modesto y se limitaba a algunos (pero no a todos) mayores de 70 años. En Reino Unido, por ejemplo, solo un 2% de la población tenía derecho a una percepción por retiro cuando se puso en marcha un sistema muy similar al alemán en la primera década del siglo XX.
La factibilidad del sistema de pensiones depende del equilibrio entre los contribuyentes que trabajan y los pensionistas que cobran. Los economistas hablan de una tasa de dependencia para analizar la relación entre los no empleados (los jóvenes escolarizados y los pensionistas) y la fuerza laboral. Desafortunadamente, las cifras para España no son nada alentadoras. Según un informe reciente publicado por BBVA, el país va camino de tener la tasa de dependencia más alta de Europa para 2050, debido a dos factores.
En primer lugar, se prevé que la esperanza de vida se incremente de forma vertiginosa. Hace una década había unos 28 jubilados por cada 100 personas en edad de trabajar y las proyecciones indican que esta cifra se va a duplicar en los años venideros hasta 53. La generación del 'baby boom' va a ser la 'generación gris' y no sorprende que los analistas del BBVA concluyan que «el incremento en la longevidad es uno de los cambios más relevantes y con mayores implicaciones para las sociedades modernas».
En segundo lugar, la tasa de natalidad en España es una de las más bajas de Europa. Para mantener una población estable se requiere un índice medio de nacimientos de 2,1 hijos por mujer, mientras que ahora la media es de tan solo 1,3. Las razones de esta caída de la natalidad son complejas, pero la consecuencia es clara: en el futuro habrá menos trabajadores cotizando a la Seguridad Social y, por consiguiente, a la hucha de las pensiones.
Una solución, experimentada en algunos países, sería alinear la vida laboral con la esperanza de vida media, pero no es popular para los votantes mayores. Otra salida para aumentar la población activa es la inmigración, y el aumento de la mano de obra extranjera puede ser un factor muy importante en el crecimiento real de cualquier economía. Por ejemplo, en Londres, más de cuatro de cada diez habitantes son nacidos fuera de Reino Unido. La gran mayoría de estos nuevos londinenses han llegado para trabajar o estudiar y, como resultado de la afluencia migratoria, la capital está experimentando un 'boom' económico. Históricamente, Nueva York fue el gran crisol, pero ahora ha sido superada por la capital británica como la más cosmopolita del mundo.
Es evidente que los beneficios económicos de la inmigración pueden conllevar importantes desafíos, tanto sociales como políticos, por el volumen y la velocidad de los flujos. Actualmente, unos 300 millones de personas viven en un país que no es el de su nacimiento y, aunque el porcentaje de la población mundial es pequeño (alrededor del 4%), las cifras están creciendo. La mayoría de los migrantes no se desplazan entre continentes, sino a países vecinos donde pueden escapar de la guerra, la hambruna o el cambio climático. Sin embargo, este aumento ha estimulado un discurso xenófobo por parte de la extrema derecha, lo que ha generado confusión sobre la magnitud de la inmigración y los desafíos reales para los próximos años.
Los disturbios del mes pasado en Torre Pacheco fueron un ejemplo de ello. Los radicales de formaciones como Vox se manifestaron contra la presencia de inmigrantes pero no ofrecen solución alguna a las consecuencias del rápido cambio demográfico. Y no es solo España. El auge de los partidos antinmigrantes en otras partes de Europa también es la expresión de un malestar y una ansiedad mucho más profundos sobre el futuro.
Pero esta confusión entre causas y efectos de la inmigración conduce a un error tan importante como fundamental. Quienes sienten que les están arrebatando o 'robando' su país, que sea España u otro, se equivocan. Desde Berlín a Barcelona, el cambio más visible en nuestros barrios, escuelas y hospitales es la inmigración. Sin embargo, el cambio subyacente es demográfico, y ningún demagogo en la política contemporánea puede detenerlo.
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