Te dicen que un tal Harold Simmons nació en 1931, te cuentan que creció en una chabola sin agua y que cuando murió en 2013 ... su fortuna era de cuarenta mil millones de dólares. Aunque tu procedencia sea humilde, te aseguran que tú también puedes llegar a lo más alto, si te esfuerzas; cualquiera puede llegar donde se proponga si tiene la suficiente ambición: la igualdad de oportunidades y todo ese rollo.
Pero no. En su libro «El precio de la desigualdad», Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, afirma que el 90% de los que nacen pobres mueren pobres por mucho esfuerzo y ganas que le pongan; e igual pasa con los ricos, que mueren ricos por muy necios que sean.
Si echamos un vistazo a toda la gente que conocemos, es difícil encontrar a alguien que haya llegado a ser millonario o alcanzado cotas de poder o influencia. La desigualdad es negativa para el rendimiento económico: una sociedad no puede avanzar si deja atrás a una parte de sus ciudadanos. Uno de cada cuatro niños europeos está en riesgo de pobreza o exclusión social, y España está a la cabeza con casi dos millones de menores en pobreza relativa. ¿Cómo van a competir en igualdad de condiciones? La meritocracia es una mentira cuando muchos parten de muy atrás en la casilla de salida. Hay políticas que favorecen la desigualdad: la educación no equitativa, un sistema financiero abusivo, una fiscalidad llena de paraísos para algunos, un sistema judicial diseñado para cazar a los robagallinas, la corrupción. Son las cartas marcadas para que nada cambie. Y lo del millonario de procedencia humilde es la zanahoria con el palo.
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