La Flaca
Tendría yo unos veinte años cuando leí la novela 'Por quién doblan las campanas', de Ernest Hemingway. Como me gustó aquello, acabé leyendo todo del ... mismo escritor, una práctica frecuente en mi yo lector de aquella época. En mi labor de búsqueda de nuevos títulos del amigo Hemingway, me topé con la película 'Tener y no tener' (1944) basada en un libro del escritor que yo había leído ya. Me decepcionó bastante el argumento acaramelado del libro, pero todo eso me dio igual. Porque al principio del filme aparecía Lauren Bacall, y recuerdo que pensé que no había visto nada tan atractivo en mi mísera existencia. Hasta el año siguiente que alguien la superó en la vida real.
La Flaca, que así llamaban al personaje de Lauren Bacall, aparecía repentinamente, de pie, recostada en el marco de la puerta abierta de la habitación de hotel de Humphrey Bogart, con su elegante traje de chaqueta, el cuello ladeado, la mirada felina que desprendía llamaradas hacia el hombre del que estaba realmente enamorada. «¿Tienen fuego?», preguntaba la Flaca con un cigarro en sus labios. Bogart le lanzaba una caja de cerillas que ella atrapaba en el aire. Luego la Flaca extraía una cerilla mientras miraba de soslayo, la prendía, ¡chas!, y encendía el piti. A continuación, sacudía el fósforo, lo lanzaba hacia atrás, y dirigía una última mirada antes de largarse con un lacónico: «gracias».
Lauren Bacall tenía veinte años cuando rodó aquella película. Como yo. Pero yo entonces era un mindundi de barrio —cosa que sigo siendo—, y ella una estrella fulgurante.
Ya nadie usa cerillas. Ya nadie seduce con la mirada. No hay estrellas fulgurantes. Y la elegancia en la apariencia o en el trato es algo raro de ver. Pero la Flaca no envejecerá jamás.
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