Las broncas políticas que presenciamos en la actualidad se podrían ver con una sonrisa de conmiseración o de vergüenza ajena, si no fuera porque, por ... el camino, quedan pendientes de resolver los verdaderos problemas que nos sacuden a todos, mientras que los políticos que montan el 'pifostio' siguen engordando sus patrimonios y los de sus amigos.
Puede que Javier Milei sea una especie de energúmeno faltón y populista, «una irrespetuosidad cultural a la política, fruto de la etapa de desculturizacion que ha sufrido la Argentina», en palabras del gran Menotti, desaparecido este mismo mes. Pero no es tonto. Sabe en qué terreno tiene que moverse, a quién dirigirse y la ideología que tiene que usar. Milei tiene un don, un talento para el insulto y la teatralidad delirante. Si a Milei le lanzas un pequeño ataque irónico, él te devuelve veinte exabruptos por minuto, gritos de descerebrado y canciones a lo loco ondeando su melena.
De nuestro lado, también tenemos bocachanclas para dar y tomar en nuestra política, fruto de nuestra propia desculturización, aunque ninguno tan zumbado. Todavía. Por eso hay que tener muy poca calle para ir a medirse con él en su terreno, y entrar al trapo con el probable y sonrojante objetivo de rascar algún voto en las próximas elecciones. La ministra de Igualdad dijo: «Milei no es un león, es una hiena». Te tienes que reír.
El problema de Milei es que, mientras se mete en mil fregados, la economía argentina se derrumba, la inflación se ha disparado, la tasa de pobreza ha pasado del 44% al 60%, se han suspendido tratamientos médicos esenciales, y en general se ha aplicado la motosierra al gasto público, culpabilizando de todo a sus fantasmas en su discurso de odio. Pero esto da igual. Porque el señor Milei tiene un talento.
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