El debate de los partidos,solo aplaudir a los jefes
PSOE y PP abordan en las cumbres madrileñas un futuro electoral incierto por la corrupción sin apenas espacio para la discusión interna, con todas las decisiones tomadas previamente por las cúpulas
E l pasado fin de semana mandamos a Madrid a la flor y nata del PSOE y del PP de Cantabria –dos docenas de dirigentes–, convocados a dos cumbres diferentes en el formato, opuestas en los objetivos y perfectamente conectadas en una situación límite. El aparato socialista está dedicado al incierto rescate del tambaleante Pedro Sánchez y el popular al último empuje para el cambio de régimen con Alberto Núñez Feijóo al frente. No hubo en las dos cumbres grandes contenidos ni debates. Hasta los nuevos cargos, desde los más trascendentes a los de tercera fila, y hasta el bochornoso y fugaz nombramiento del acosador Paco Salazar, estaban ya resueltos por los jefes. A los dirigentes territoriales sólo les tocaba aplaudir las decisiones, más enfocadas a la vida interior de los partidos que a los electores que, antes o después, habrán de decidir quién les gobierna.
El Comité Federal apenas servirá para subir la moral al PSOE, golpeado por la corrupción instalada en su cúpula. La imagen poderosa de la banda del Peugeot, con el trío Ábalos, Cerdán y Koldo al servicio de Pedro Sánchez, exige demasiado a la indulgencia colectiva para creer que el presidente no conocía la vida secreta de sus amigos. La alternativa sería un jefe incompetente y, en honor a la verdad, nadie cree que Sánchez no se enteraba de la suciedad en la cúpula del partido y en los casos de su esposa y su hermano.
Cerdán, por ejemplo, no era un dirigente de poca visibilidad emboscado en la corrupción. Era el muñidor del pacto de investidura con los nacionalismos vasco y catalán, y luego de la ley de amnistía con Puigdemont en Bruselas, y hasta anteayer, como el que dice, era quien tomaba las decisiones más importantes del partido, incluidas las vinculadas a Cantabria.
Cerdán recibió en Ferraz el contenido de los trabajos secretos y la renuncia a la militancia de Leire Díez, también fue el que, con permiso de Sánchez, echó de la ejecutiva federal a Pedro Casares –entre otras cosas por ser del clan de Adriana Lastra, otra de las damnificadas del navarro encarcelado–, o quien colocó en la dirección del partido a la zuloaguista Eugenia Gómez de Diego, que en estos días se ha despedido con elogios a Pedro Sánchez para dejar sitio a la casarista santoñesa Carmen González, y que podrá dar por bueno el cese si conserva el goloso cargo de delegada del Gobierno en la comunidad.
Las grietas empiezan a aparecer en el entramado oficialista, en algunos territorios y también por asuntos turbios como el 'caso Salazar', que oscurece el nombramiento de la nueva secretaria de organización, Rebeca Torró, una mujer desconocida para acabar con el puterío y la corrupción, dice el aparato. Emiliano García-Page, el único campeón electoral, y Felipe González, refundador del PSOE al que convirtió en el primer partido de España, son dos voces críticas de mucho peso, pero insuficientes para derrotar al sanchismo. La disidencia socialista es minoritaria al día de hoy en España. También en Cantabria, donde hay muy pocos antisanchistas notorios y casi todos ya han superado la edad de jubilación.
No, la corrupción no va a acabar ahora con el régimen del 'capitán' Sánchez. Los 153.000 militantes socialistas (2024) defenderán el pabellón contra viento y marea. Otra cosa serán los 7,8 millones de votantes que respaldaron al PSOE en las generales de 2023, cuántos seguirán haciéndolo contra viento y marea, y cuántos seguirán la decisión anunciada por González de votar en blanco o incluso apoyarán a otros partidos. El final de Pedro Sánchez requiere un gran descalabro electoral. Entonces, sí, los antisanchistas florecerán tan rápido como las amapolas.
La oleada de escándalos en torno al PSOE es impredecible en su alcance. De momento, los aliados, a la espera de contrapartidas, se muestran muy comprensivos con Sánchez, que anuncia medidas contra la corrupción e insiste una y otra vez que no habrá elecciones hasta 2027.
El PP se prepara para cualquier eventualidad, ahora que, con el viento a favor, el paisaje empieza a parecerse a aquel 'tsunami' de 2011 que dio la mayoría absoluta a Mariano Rajoy y en Cantabria a Ignacio Diego. El Congreso triunfal de Madrid, sin debates ideológicos u orgánicos ya liquidados en las vísperas, no tiene más misterio que el de la aclamación de Alberto Núñez Feijóo. Ni los palmeros más entregados se emocionarán con los superpoderes confiados a Miguel Tellado o los ascensos de Ester Muñoz y Cayetana Álvarez de Toledo.
El cónclave se ha convocado con objeto de facultar a Feijóo para hacer lo que quiera, incluso para pasarse de frenada al mentarle a Sánchez los prostíbulos de su suegro en la Cámara de Diputados. Ese no ha sido nunca su estilo. El jefe popular proclama su saludable propósito de gobernar en solitario el futuro político del país con 10 millones de votos, pero no acaba de dilucidar la incertidumbre sobre la relación con Vox ni tampoco sobre un asunto que rechaza buena parte del electorado popular: Nada de apaños con el Junts del prófugo Puigdemont ni con ningún otro enemigo de España.
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