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Pertenezco a una generación, muy feliz por cierto, cuyo escenario de juegos era la calle. Lógico, porque entonces no existían ni consolas, ni internet, ni ... móviles, ni Nintendo... La televisión era para ver en común con los vecinos de planta y tener un tocadiscos era un lujo. Así que las calles del barrio eran el refugio de amigos y chavales a los que conocías de verlos por ahí. La principal actividad lúdica eran los partidos de fútbol cuando se contaba con un buen puñado de gente y, si no, existían otras alternativas también muy divertidas como el potro, el balontiro, estatuas mudas y móviles, el callejón de la risa... un sinfín de divertimentos para todos los gustos. Todos ellos en las bocacalles de Castilla-Hermida, hoy llenas de tráfico y entonces tan solo a disposición de la chiquillería.
Recuerdo con nostalgia aquello de «en un café se rifa un pez, al que le toque el número diez», «un sole solete estaba la reina en su gabinete, vino Gil con un barril…» y el socorrido 'pico-plata' para hacer los grupos. Y también a las niñas, con sus uniformes del cole jugando a 'la pita', 'la comba', 'la goma…' esos juegos que nos parecían ñoños. Y a los chicos de más edad, que bajaban con sus guitarras a amenizar la calle y las casetas. Mi grupo jugamos muchos años en unos hierros en el embrión de un edificio frente a donde está la Federación Cántabra de Fútbol. Qué tiempos tan bonitos como inocentes, donde se cambiaban cromos y los bocadillos de jamón por los de mortadela.
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