Emociones sociales
Dora Campos Nieto
Viernes, 22 de agosto 2025, 07:11
El cerebro es emocional y social. La emoción da sentido a lo que sucede. La neurociencia dice que pensar solo en ti aumenta la ansiedad ... y el miedo, y ambas debilitan el sistema inmune. Al modo de fórmula de Pascal, somos vasos comunicantes conectados por su parte inferior, superior, y lateral, conteniendo un líquido homogéneo: las emociones; siempre rodeadas de las emociones de los otros y las propias, bajo su efecto en soledad o en compañía. La cara del otro nos influye, las expresiones de su cuerpo, actitudes, palabras, actos; así nos regulamos en la comunicación presencial; algo que no se consigue en la interacción digital, donde falta la voz y los gestos.
La modernidad es emocional. Las emociones básicas nos regulan individualmente y las sociales nos protegen integralmente: la pertenencia, la confianza, el reconocimiento y los vínculos. Todas son necesarias para la homeostasis del cuerpo.
No hablo de sentimentalidad superficial y sin empatía, posterior a la razón como guía para explicar las cosas en el mundo occidental desde la Ilustración: austeridad de pensamiento, tolerar la frustración, poco ego, amar y trabajar, para no perder el control. T. Adorno, se dio cuenta de que con solo la razón no se resuelven los problemas sociales complejos. Me refiero al baile de emociones del cerebro en continuo feedback con el entorno. Primero percibimos y después razonamos. Sentimos más rápido. Nuestra psique capta señales del entorno, y habla constantemente con ellas. Vivimos cada día con la alegría de la vida que disfrutamos y el carácter que tenemos; la tristeza de la pérdida, a veces camuflada con rabia; la rabia del enfado; la sorpresa ante un impacto; el asco/aversión del rechazo; el miedo a la muerte está por detrás de todos los miedos; el más urgente es el que amenaza al cuerpo, a sus pertenencias, a la supervivencia.
Estamos bajo la influencia de una nueva sociabilidad e identidades nacidas de esta última economía mundial tan seductora en lo superficial como para desdibujar la crítica a las nuevas formas de sumisión y explotación humanas, que derivan en otras emociones complejas, presentes en el estrés crónico y en síndrome ansioso depresivo asociado al contexto: ira, frustración, vergüenza.
En todo lo que hacemos están los otros. Las emociones están ahí, tanto si las expresamos como si las bloqueamos, consciente o inconscientemente, en nuestro cuerpo y en nuestro comportamiento social; la emoción contenida se somatiza, provocando síntomas que requieren ayuda. El cuerpo es el inconsciente y en él vive la emoción. Somos seres emocionales y sociales. Por lo que no solo intervienen en nuestro equilibrio las emociones individuales, sino también las sociales.
Sometidos a la necesidad de logros, reconocimiento, poder y control, lo implica respectivamente: miedo al fracaso, al rechazo, a parecer débil y a estar equivocado. «El individuo económico se ha vuelto emocional», dice Eva Illouz; la utilización del «miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia».
La convivencia está cimentada sobre nuestras necesidades emocionales sociales, sometidas a la economía, que influye en todo como la luna en las mareas, impone el triunfo del aquí y ahora, hace que no interesan los orígenes de las cosas, impide atar cabos, movidos por la energía de lo inmediato, compulsivo, primitivo, todo mascado, fácil, fugaz, todo tiene que ser, instantáneo como una sopa de pensamiento blando, y conclusiones rápidas; la actualidad no busca sentido busca sensaciones, no da tiempo a otra cosa. El deseo se vuelve hacía uno mismo, en forma de consumos compulsivos y competición continúa con la imagen, como reafirmación de identidad, en generaciones más jóvenes. ¿Cómo no sentirme invisible? Tengo que estar presente todo el tiempo. El último delirio, cambios de imagen constantes. ¿Cómo gustar? Competir con los otros hasta la extenuación.
El pensamiento se dice a través del lenguaje, potenciando la emoción, y la comunicación humana tiene la función de adaptarnos, integrarnos, conseguir consensos. Contener emociones provoca una tensión interna, enferma.
Es necesario repartir esa tensión con las demás áreas del sistema: los otros, los objetos de la mente.
La emoción es naturaleza, aspira a su máximo desarrollo salvaje y sosegado; en conflicto de intereses con los demás, si se precipita en esa sentimentalidad infantilizada que solo se mira el ombligo, e induce a errores.
El bienestar emocional protege la salud, y se ve afectado por el contexto en forma de ansiedad, angustia, ideas autolíticas, acoso, abuso, maltrato o el suicidio. No aumentan las enfermedades mentales clásicas, sino sobre todo los trastornos adaptativos a un entorno que cambia constantemente las reglas de juego que dan seguridad. Dependemos de la confianza, el reconocimiento, la pertenencia y los vínculos. Su déficit malogra el sentido de la vida; en las formas de violencia cotidiana genera vergüenza, humillación, anulación, crispación. Por el contrario, las recompensas sociales reducen la ansiedad y aumentan nuestra confianza.
Jóvenes de 16-29 padecen malestar emocional severo crónico, el 25% y puntualmente un 45% (estudio AXA y Fundación ONCE/2024). Los motivos detallados: falta de relaciones sociales de calidad y cantidad, frustración por falta de logros, o lo que se espera de ellos al entrar en la edad adulta. Cuánta tristeza hay detrás de la ira, decepción, falta de placer verdadero, emociones reprimidas, necesidades incomunicadas. Las emociones sociales son 'casa', desde la vida en el vientre hasta tu último día.
Socióloga. Miembro del Colegio Profesional de Ciencia Política y Sociología de Cantabria
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