Un acuerdo con flecos
El pacto con EE UU obliga a la UE a legislar con urgencia para limitar el arancel al automóvil al 15%, el mismo que gravará al vino
El entendimiento exhibido entre Ursula von der Leyen y Donald Trump el 27 de julio ha necesitado casi un mes para convertirse en el texto ... escrito que ayer presentó el comisario de Comercio, Maros Sefcovic. El pacto político sellado en el campo de golf escocés del presidente estadounidense se ha traducido por fin en un documento que, aunque no es legalmente vinculante, marca la hoja de ruta para la mayor relación comercial del mundo. Un camino que Bruselas entiende preceptivo si quiere protegerse, en lo posible, de los caprichos del republicano.
Hasta el 20 de enero pasado, las ventas comunitarias en EE UU estaban sometidas a un gravamen medio del 4,8%. Pero la amenaza trumpista de un vendaval que podía llegar al 30% permite a la Unión Europea presentar como mal menor la tarifa plana final del 15% para la mayoría de productos. Incluso los críticos más renuentes al acuerdo coinciden en que la alternativa era la guerra comercial abierta y la incertidumbre absoluta para los sectores y empresas afectados. Aunque resulta discutible que la nueva situación aporte tanta «previsibilidad» como sostiene la presidenta de la Comisión, en un momento en que la Casa Blanca aplica la misma diplomacia extractiva a leales aliados que a adversarios.
El acuerdo incluye decepciones, como el varapalo al sector del vino y las bebidas destiladas europeas; unas empresas que figuran entre las más exportadoras al otro lado del Atlántico junto con los productores de aceite de oliva, y que se verán gravadas con el 15%. Bruselas espera lograr un tratamiento más amable en el futuro, aunque admite que no será fácil. La aplicación del mismo porcentaje a los automóviles parece asegurada -ahora la tarifa para vehículos y componentes es del 27,5%-, pero no antes de que Europa presente, este mismo mes, las reformas necesarias para conceder acceso preferente a nuestro mercado a productos agrícolas y pesqueros estadounidenses. Sobre los que el consumidor de aquí tendrá la última palabra, no hay que olvidarlo.
La UE se precia de salvar sus pioneras normas de moderación de las plataformas digitales, una preciada autonomía regulatoria que queda «fuera de la mesa». Pero la desconfianza mutua ensombrece una relación carente ahora de reciprocidad alguna. Con el texto en la mano, los gobiernos deberán abordar con los sectores más perjudicados los respectivos impactos y necesidades.
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