Charlie Kirk, la víctima
El odio contra el agitador y la ira de Trump sacuden un crimen que no admite justificación alguna por las opiniones del asesinado
Conviene apartar el odio y la ira del debate abierto por el asesinato de Charlie Kirk, tiroteado cuando ofrecía una charla en la universidad de ... Utah Valley, para quedarse con lo esencial: Kirk es la víctima y no cabe justificación alguna al crimen que ha acabado con su vida bajo la infame excusa de sus despreciables opiniones en temas absolutamente sensibles. No reconocerlo supondría precipitarse al abismo de la crispación, del envilecimiento social y de la búsqueda de ruines disculpas a un hecho tan atroz como es arrebatar la existencia a un semejante. A la deshumanización que tanto daño ha causado el recurso a la violencia para atajar las discrepancias con quien se considera el rival a batir, de trágico recuerdo en sociedades golpeadas por el terrorismo como lo ha sido la española, sin ir más lejos. Asumir que no hay justificación posible para un acto tan execrable como lo ha sido este atentado refuerza la democracia y la dignidad para seguir denunciando con la misma firmeza la intolerancia del agitador trumpista o la crisis humanitaria del pueblo palestino a manos de Israel. No sería moralmente de recibo llevarse las manos a la cabeza por el brutal crimen de Kirk y no conmoverse por el cruel asedio en Gaza, donde mueren miles de inocentes. Y viceversa.
El rechazo frontal al asesinato de Kirk no invalida la necesaria crítica a sus furibundas opiniones, especialmente abyectas por su racismo y machismo, pese a su declarada disposición a debatirlas en público como hacía el día en que lo tirotearon. Como referente juvenil del trumpismo y de su ala más ultraconservadora, formaba parte de la ola de descontento que aupó por segunda vez al magnate a la Casa Blanca. Está por ver el impacto que cause el crimen en la exposición de otros portavoces del movimiento MAGA. Siempre será mejor que opten por la confrontación pública que por camuflar sus incendiarias soflamas en el anónimo sumidero de las redes sociales. Las expresiones de odio a la figura de Kirk en nada ayudarán a recuperar la calma en una sociedad estadounidense polarizada y asomada a la violencia política. Tampoco los mensajes de ira de Trump, buscando culpables más allá de Tyler Robinson, el joven de 22 años detenido como presunto autor del atentado. Quizá deberían tomar ejemplo de Hunter Kozak, el universitario demócrata que lanzó la última pregunta en vida a Kirk. Discrepaba con vehemencia de él, pero apreciaba su apuesta por «la libertad de expresión» y reconoció ante todo la condición que le arrebató el disparo: «También es un ser humano».
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