Los límites de la política
El debate público ha instaurado la polarización y la desacreditación como uso habitual, y las posiciones moderadas que favorezcan el entendimiento han quedado relegadas frente al discurso propagandista
El espectáculo vivido esta semana en la escena política nacional ha superado los límites de lo aceptable. Hechos gravísimos que devienen en grotescos, con escenas ... de entre vodevil y esperpento incluidas, en una burla al más puro sentido común. La difusión de una reunión en la que se proponía un intercambio de favores judiciales por información con la que desacreditar a un mando de la Guardia Civil que dirige investigaciones contra el entorno del presidente del Gobierno se convierte en un espectáculo televisivo en el que cualquier posición sensata brilla por su ausencia. Explicaciones burdas o absurdas que tratan de justificar un escenario en el que abiertamente se plantean posiciones delictivas, bien para desautorizar a los participantes, bien para sumir en la confusión lo que allí ocurrió, se añaden a la secuencia de acontecimientos que está consiguiendo llevar a la democracia española a uno de sus niveles más bajos desde su instauración.
El general desprecio por los hechos en buena parte de la comunicación política nacional y su sustitución sistemática por argumentos prefabricados en centros de propaganda está pervirtiendo uno de los requisitos de cualquier régimen sustentado en el Estado de derecho, que no es otro que las distintas posiciones estén basadas en información veraz y que se propongan con respeto al adversario. La defensa de un punto de vista no implica necesariamente que el opuesto no sea respetable. Máximas simples y elementales, hoy despreciadas en el campante universo de la polarización.
En un entorno en el que impera construir un 'relato' frente a esgrimir un argumento, la consigna dominante es la repetición del hallazgo comunicativo ante la opinión pública por todos los medios al alcance hasta que cale y prevalezca. Cualquier actitud racional, que esté basada en la moderación, es apartada de un manotazo. El mayor escándalo queda oculto por el siguiente, mientras la maquinaria desinformadora hurga en los archivos en busca de algo con lo que tratar de hundir al rival. Cualquier instrumento es apto para conseguir el fin.
La Conferencia de Presidentes en un país con un idioma común en la que es precisa la traducción simultánea por el uso de las lenguas autonómicas, como ya ocurre en el Parlamento, no solo no beneficia a los hablantes de tales lenguas, sino que, además de favorecer el desentendimiento, aboca al fracaso a una institución que, por sus características en nuestro ordenamiento, estaría llamada a impulsar la vertebración de las comunidades y su coordinación con las estructuras nacionales.
En este contexto, parece irrisorio, además de inútil, insistir en el llamamiento al entendimiento de las fuerzas políticas que estarían en las posiciones más centradas, pues en apariencia el espacio mesurado ha desaparecido del tablero. La virtud del término medio de los clásicos, alejada de la radicalidad de los extremos, no es ya práctica al uso, pese a que, como en los tan lejanos tiempos de la transición, favoreció el mayor periodo de desarrollo de España. En medio de todas las incertidumbres que asaltan el planeta, el entendimiento sigue siendo la fórmula válida con la que afrontar los desencuentros e impedir que socaven la convivencia.
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