Un presidente totalitario
Bukele ha ideado una distopía que pone en cuestión la democracia en El Salvador al canjear la seguridad por un régimen autoritario
La victoria de Nayib Bukele y de su partido, Nuevas Ideas, en las elecciones del domingo se presumía tan aplastante que el presidente 'in pectore' ... de El Salvador la reclamó nada más dio inicio el recuento de los votos y, a falta de resultados oficiales, se atribuyó un apoyo en las urnas del 85%. Tras cinco años en el poder, revalidó con creces su posición tras apartarse unos meses del cargo para maquillar la imposibilidad constitucional de postularse para un segundo mandato, al que ha accedido con el beneplácito de jueces que él mismo designó. Su éxito se debe al trueque propuesto de seguridad basada en la mano dura a cambio de que los ciudadanos admitan un estado de excepción bajo un sistema presidencialista omnímodo e implacable. El mundo informado ha visto una y otra vez las imágenes de reclusos rapados y uniformados con un calzón blanco, desfilando entre patios y guardianes, cabizbajos hasta acabar de rodillas en formación. Una metáfora distópica que forma parte de las 'nuevas ideas' de Bukele.
El ascenso imparable del joven presidente atiende a su resuelto abordaje de un problema angustioso para la inmensa mayoría de la población. A la identificación del mal en las pandillas enfrentadas entre sí hasta sumir al país en un estado de violencia y coacción insoportable. Bukele se ha jactado de personificar el único régimen democrático del mundo que ha acabado siendo de partido único por decisión del pueblo. Solo que para lograrlo tuvo que acabar con los contrapesos del Poder Judicial, también para aspirar a un segundo mandato. Consciente de que la historia desmiente su impostura, ha llegado a alegar que no echa por tierra la democracia en El Salvador porque en El Salvador no había democracia antes de que él alcanzase el poder. Una república de solo 6,5 millones y medio de habitantes está experimentando algo que podría conectar con tendencias que se dan o pudieran darse en otros países de la región. Lejos de vacunar la orientación de las democracias centroamericanas, podría contagiarlas de ese intercambio atroz de una seguridad pretendidamente absoluta a cambio de una cesión de los derechos y libertades puestos a merced de la arbitrariedad autoritaria.
Lo dice todo que Bukele celebrase su triunfo arremetiendo contra entidades y ONG que, dentro de El Salvador, llevan la contraria a su proceder antidemocrático, y que lo jalonase calificando a España de país imperialista y no democrático.
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