Vivir en las nubes
Hay gente que cree que el Gobierno está fumigando el cielo, desviando las nubes para que no llueva en las zonas que ellos desean destinar ... a otro uso. No sé si habrá sido cosa de la inteligencia artificial o de la estupidez de algún iluminado con pretensiones. Sánchez camina como el todopoderoso pero no lo es y no puede acusársele del cambio climático. Otra cosa es recordarle que toda la energía que emplea en asesores, exhibiciones y traslados en Falcon podría poner el acento en el bien común, y en ese precioso líquido elemento que es el agua. Su carencia arruina a agricultores, ganaderos, sube los precios y destroza la economía.
Agua de boca es la última que se toca, dice el refrán, pero la Unión Europea acaba de recordarnos que este país posee más de 5.000 azudes, o barreras fluviales que alteran el ecosistema cercano a los ríos y no ayudan, precisamente, a la sequía. Todos los gobiernos democráticos que hemos tenido han minusvalorado este endémico problema, legislando con restricciones en lugar de afrontar una política de sentido común. Las medidas cortoplacistas, acompañadas del bombo y platillo electoral, son auténtico veneno para el futuro. Es desolador y muy cansino que nos estemos acostumbrando a recriminar la falta de eficiencia a la clase política. Debe de haber, en algún punto solo accesible para ellos, una misteriosa sastrería que confecciona trajes repelentes a la crítica, la reflexión y, ya viniéndome arriba, a la decencia.
Sería maravilloso saber que si desalojamos a los que están tendremos la seguridad de que las cosas cambiaran, pero la mayor parte de los ciudadanos que no desgravamos a Hacienda la militancia en un partido tenemos más dudas que Santo Tomás.
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