Verano
Las integrantes del Foro EnClave, tres mujeres con distintas ideologías, cuentan en esta ocasión sus distintas formas de disfrutar del estío, en el que la cultura juega para todas ellas un rol determinante
Rosa Inés García Militante socialista
La maleta beis
Sacó su vestido de lino de la maleta beis, el cofre capaz de guardar lo que sucedió en aquella playa. El lino es eterno, la ... primera edición del Quijote custodiada en la Biblioteca Nacional, son 664 páginas en 83 pliegos de papel hechos con trapos de lino y algodón. Y eterno es lo que ella aprendió entonces y sigue amando tanto.
En el espejo del vestidor se vio con 16 años y al desconocido sentado en la arena leyendo: «las flores tienen el aspecto de saberse miradas», escribió T.S. Eliot. El azar, que en árabe significa flor, les unió. Se sentó a su lado y le escuchó leer seis tardes a Gertrude Stein: «Una rosa es una rosa», a Hemingway, a Fitzgerald… Le contó que Sylvia Beach, una librera, creó un refugio en París para aquellos poetas llamados de la Generación Perdida, expatriados por la Gran Guerra. Ella le respondió con caricias tímidas y la culpa al fondo. El séptimo día él no volvió. Nunca le preguntó su nombre.
Hoy, décadas después, sabe por qué ama ardientemente la lectura. No sabe si le amó a él. Sabe que el enorme poder de las palabras arruina países y utopías. Sabe que las revoluciones las soñaron antes los poetas. Y sabe también cuántos versos y cuántas vidas destrozan las guerras.
Septiembre regresaba. Guardó el vestido de lino. Cerró la maleta beis. Y se abrió la realidad en llamas: fuegos distintos abrasan los bosques, el diálogo y la paz. Y en ese instante deseó con toda su alma lo mismo que Marisa Paredes interpretando a Leo en «La flor de mi Secreto»: «La realidad debiera estar prohibida».
Aría Luisa Sanjuan Exconcejal de Cs
Mar, libro, jardín
Obligados por una sociedad que nunca se detiene hemos convertido lo que debería ser pausa veraniega en otra forma de actividad infatigable. Así, quienes dicen estar desconectando de sus rutinas del resto del año se embarcan en aventuras donde arrastrar maletas, dar la vuelta al mundo en diez días, dormir en aeropuertos, sudar en un tren parado en medio de la nada o comer paellas de séptima gama se convierten en acontecimientos inolvidables. Y todo ello, sin olvidar el marco de ruido y aglomeración que contribuyen a transformar cada experiencia en contenido, cada paseo en un posado y cada foto en una explosión de felicidad compartida. Luego llega septiembre con sus rupturas y divorcios.
Otra alternativa estival (mi preferida) es no hacer absolutamente nada. Practicar la calma como huida y el silencio como acto de resistencia y, probablemente, de salud mental.
Para este viaje de cercanías a nosotros mismos siempre hay billetes porque están a nuestro alcance: un mar cercano sin exigencias ni relojes, ese libro que compraste cuya novedad consiste en no haberlo leído y el jardín en cualquier parque donde admirar la perfección translúcida de una tela de araña o el color prodigioso de un ala de mariposa. Si a esto le añades alguna cena o comida con tus amigos no digitales, ya has recargado energía suficiente para afrontar cualquier desánimo por venir.
El escritor Juan José Millás mantiene que la gente se aburre porque no sabe mirar. Yo añadiría que aburrirse solo es la antesala de aburrarse. Ya es otoño en el Congreso.
María Luisa Peón Militante popular
Escapada a Oporto
La escapada comienza conduciendo sin prisa, que el destino no se impacienta. La montaña palentina es ya el sur. Dos horas más de carretera y tendremos ante nosotras la primera vista al Duero de este viaje. ¡Qué suerte hacer dos etapas y poder descubrir Zamora! Llegar a la Plaza Mayor desde la Plata es como abrir un libro de piedra; en cada página, una iglesia románica y, si caminas despacio y miras curiosa, parece que un narrador cuenta su historia. Te guía por sus calles estrechas hasta la catedral del Salvador y su imponente cúpula bizantina de escamas.
Seguimos ruta de puente a puente. Del zamorano románico de piedra sobre el Duero al portuense de hierro Ponte de Luis I, que conecta la vida bulliciosa en la localidad de Cais da Ribeira con la paz que invade al visitante al contemplar la puesta de sol desde Gaia. La segunda puesta de sol ibérica más bonita, justo detrás de la que veo desde la Playa de los Locos.
Un Oporto sosiega: reflejos azulejados de la Iglesia de San Ildefonso, fachadas escalonadas pintadas de mil colores, la navegación por el río hasta su desembocadura contemplando todo desde el Miradouro de la Sierra del Pilar... Otro te activa: la agitación cosmopolita de viajeros en la estación de Sao Bento y la fila impaciente que espera turno para fotografiarse en la escalera imposible de Lello.
Final de la escapada y vuelta al norte. De Oporto –el vino– a Toro. De Portugal a casa atravesando por Sanabria la España incendiada tan solo unas pocas semanas después.
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