Entremeses
En el lote del valor adquisitivo y la mascarilla que se fueron, también hemos perdido parámetros de calidad de vida que difícilmente recuperaremos
Tal y como comentábamos hace nada, me tomé unos días de paracetamol, libros y meditación forzosa que son buenas armas antipandemia después de hacerme un ... Van Gaal y saber que uno está curado: «Todo negativvvo, nada positivvvo». Y un poco de tele-inevitable, como es lógico, de la que no se libra nadie, que fue lo peor, aunque gracias a la radio se pudo hacer un tanto más llevadero.
Producto de esos días de reflexión asistida se me ocurren algunas cosas a considerar. ¿No encontraríamos una fórmula divertida en este período de guerra pandémica y de la otra, que nos hiciera todo más soportable en la búsqueda de una vida más diver, diver, divertida, que diría Chanel? Esa aparición estelar, bonita y luchadora que las circunstancias y Eurovisión han puesto ante nuestros ojos.
Es que en el lote del valor adquisitivo y la mascarilla que se fueron, también hemos perdido parámetros de calidad de vida que difícilmente recuperaremos. Eso, por no opinar de las ignominias que se pretenden imponer «a porrillo». La última, querer legislar la objeción de conciencia en el aborto como si se pudiera legislar sobre el alma. Una insensatez.
Llegamos, por ejemplo, a un aeropuerto y nos tratan como hipotéticos delincuentes, aunque, eso sí, nos mantienen o incrementan los precios de los vuelos, nos quitan el cinturón, la paciencia, los zapatos, el móvil y nos visten uniformados y mal, aunque algunos nos resistamos. Todo para transformarnos en rebaños apechugados en los pasillos de los aeropuertos o de los aviones y sólo nos mostramos en protesta tímida cuando nos pierden la maleta o cuando nos estafan por portar una bolsa de mano.
Ya ni peleamos en las 'colas para todo' cuando se cuela el listillo de turno.
Lo máximo es que preguntemos tímidamente «si tiene cita previa», porque esa es otra. Ha llegado para quedarse lo de la cita previa en todo tipo de gestión. El funcionario está que se sale, ¡no que sale, eh!, que ya me sucedió más de una vez que se me interpreta mal.
¿Y las gasolineras, qué? Se supone que incluyen el capítulo de 'empleados' en los precios y, sin embargo, tienes que poner el combustible en el vehículo y muchas veces sin guantes. Es tremendo.
Por cierto, no comenten estas cosas mucho que les tomarán por antiguos, aunque ya no se sabe bien de lo que se puede hablar en el terraceo de bufanda que nos hemos fabricado, donde enseguida se ve cómo se ha perdido la vergüenza torera además del suelo público con el regocijo de los propietarios, aunque ahora se les oiga menos. Desde luego, me niego a hablar de enfermedades que como médico ya es demasiado, o de comida: jamás pude suponer que eso de Master Chef lo adoptábamos hasta la eternidad.
Reivindico la cara amable de la vida, sobre todo ahora que ya no me pueden reñir por llevar esporádicamente la mascarilla debajo de la nariz y parece que todo tiende a dulcificarse un poco de cara al verano. Al menos en la literatura reivindico la diversión en la lectura y en la escritura, reivindico 'Los Entremeses'.
Obviamente, después de lo expresado con lo de los entremeses, no me refiero a los de comer. Si les vale mi consejo, como única excepción y sin comentarios, la lectura esporádica del magnífico suplemento de Cantabria en La Mesa para los muy cafeteros. Pero nada más, porque fíjense si este mundo que nos hemos fabricado estará lleno de contradicciones e injusticias que lloran como niños desconsolados los futbolistas que descienden de categoría por no ser aplicados en su trabajo y eso que ganan 1, 2, 3,10 millones de euros al año. Sin embargo, no llora el neurocirujano que recibe unos 3.000 euros al mes cuando incluso le pegan de vez en cuando. Cosas de la vida. Cosas veredes.
No estaría mal recuperar los entremeses como obra teatral menor, jocosa, que incluyera como antiguamente era con matices, la loa, el baile dramático, la jácara, la mojiganga... con el enredo y lo burlesco que se parodia a sí mismo como hacía aquel Calderón canónico y tradicional, refiriéndose a hidalgos de dudosa estirpe, cornudos, alcaldes enamoradizos etc., de la misma forma que hicieron Cervantes, Quevedo, Tirso o Quiñones de Benavente, el rey del relato corto.
En nuestra querida España existen temas, ingenio y autores sobrados para llevarlo a cabo. Deténganse un poco a mirar. Así están las cosas y así se las vamos contando cómo dicen en el Telediario de la Primera, siempre a poca gente.
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