La realidad
A veces llueve y, por supuesto, no hay nada como los días de lluvia. Con esa tristeza magistral. A la gente se le pone cara ... de lluvia y entonces, solo por eso, ya parece más sola. ¿Sabías que las personas nos resultan más amables cuanto más solas parecen?, le digo a Lucho, en la terraza del Torino. Pero Lucho ahora no piensa más que en comprarse una televisión nueva. Con una pantalla de 85 pulgadas, me explica. Le pregunto: ¿No es muy grande? Y me dice que quiere alcanzar una experiencia inmersiva. Tener la sensación de que él también está jugando el partido. O actuando en la película. O sea, que está dentro y no fuera. Por una parte, la tecnología es cada vez mejor. La imagen y el sonido cada vez son más nítidos. Los móviles de última generación, una fantasía alucinante, de verdad. La inteligencia sintética al alcance de cualquiera: dispuesta a soportar con complacencia todo tipo de usos y abusos. Pero, por otra parte, entre nosotros, cada vez nos ponemos más pegas. Más condiciones. Cada vez somos más exigentes. Con mínimos cada vez más altos. Con expectativas, a menudo, demasiado disparadas. A este paso, Lutxo, le digo, la gente solo va a querer verse en la ficción. A través de las favorecedoras pantallas con optimizadores de imagen. Ya no soportamos la realidad. Yo creo que, de hecho, nos la hemos cargado. La realidad, digo. Fuera lo que fuera eso. Ahora, ¿cada uno elige la realidad en la que existe, la ficción de la que se cuelga, Lutxo?, le digo. Y me dice que sí. Y que, por eso mismo, Trump exige que le concedan el Premio Nobel de la Paz. Y cuando le digo que se lo han dado a otra, me suelta: esperemos que no se lo haya tomado a mal.
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