La importancia de los nombres
Uno -si tiene suerte y no vive en un barrio aspiracional donde se ha diluido el comercio- suele saber el nombre de su panadero. Importante. ... Igual pasa con la zapatera, con el pescadero o con la farmacéutica. Son gente importante en nuestra vida porque son pilares de la reproducción de la vida. Esto debería ser igual con nuestra librera o librero -si tenemos suerte de no vivir rodeados de centros comerciales donde los libros son equivalente a los rollos de papel de cocina-. Un librero o una librera son el final de una cadena necesaria para la vida. Necesitamos de la belleza, del arte, de las preguntas o, incluso, de las arcadas que nos regalan los libros. Necesitamos ser habitadas y habitar libros para viajar sin aviones, para amar sin que la piel sea necesaria, para salir a lomos de un caballo con alas y dos cabezas o para ver la luz al final del túnel del suspense de la vida.
Para que esto ocurra hay autores y autoras -buenos, malos, regulares y geniales-, hay editores -cada vez menos en una industria copada por las multinacionales- pero quijotescos en el gesto de cada línea que revisan, hay trabajadoras y trabajadores que imprimen, encuadernan, transportan y entregan los libros. Y al final hay libreros y libreras. Lo otro -el libro que te entrega el mismo currela que te trae la pizza- es 'otra cosa'.
Pues miren, Felisa, esta feria que sobreviven 44 años vendiendo lo que parece imposible -la vida encuadernada-, es posible por las gentes afiliadas a Libreros Asociados de Cantabria (LAC). Y esas gentes tienen nombre y ustedes los deberían conocer. Son librerías de barrio, de pueblo, de cercanía. Son, en su mayoría, autónomos que eligen libros, cargan cajas, limpian el polvo y el escaparate, le ayudan a seleccionar su título y luego, durante 10 días, se desloman para que Felisa exista y lata. Ayer homenajeamos a uno que se fue -Óscar Muñiz- pero yo les animo a algo más sencillo: aprendan el nombre de su librero y no pierdan la ruta a sus anaqueles.
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