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Como expresidenta de Sniace, empresa química de celulosa y viscosa y propietaria de una planta de cogeneración de 97 megavatios, la más grande de Cantabria, ... he vivido de cerca y trágicamente cómo decisiones energéticas equivocadas pueden asestar un golpe mortal a la industria.
El reciente apagón eléctrico que dejó a millones de hogares y empresas sin suministro en toda España y Portugal es un aviso serio de las debilidades estructurales de nuestro sistema energético que muchos ya habíamos anticipado.
Las explicaciones oficiales apuntaron a causas circunstanciales y destacaron la eficacia de las interconexiones y del respaldo hidroeléctrico y de ciclos combinados. Sin embargo, lo cierto es que este sistema, diseñado para operar bajo equilibrios frágiles, no puede soportar fallos múltiples sin consecuencias graves.
Hemos apostado por un mix dominado por renovables intermitentes —solar y eólica— sin reforzar el respaldo firme que aportan la nuclear, el gas o la cogeneración, necesarias para garantizar la estabilidad energética y, por ende, para mantener y crear tejido industrial.
A su vez, por decisiones más ideológicas que racionales, hemos cerrado reactores, vetado nuevas térmicas y recortado drásticamente la retribución a las plantas de cogeneración, sacrificando la potencia gestionable imprescindible para la estabilidad de la red y la competitividad industrial, empujándonos así al apagón del lunes.
Conozco el coste de esas decisiones, y pondré como ejemplo de errores de esa magnitud mi experiencia al respecto.
En Sniace, justo cuando lanzábamos productos ecológicos de alto valor, levantábamos un almacén robotizado y diseñábamos una central de biomasa, el Ministerio para la Transición Ecológica impuso un recorte drástico a la retribución de la cogeneración de tal clase que el modelo se volvió inviable; la electricidad pasó a venderse por debajo de coste, el proveedor cerró la válvula de gas y la fábrica se paró en seco.
Pero no crean que Sniace fue la única. La misma situación —el recorte súbito a la retribución de la cogeneración— se extendió como una onda expansiva por toda la industria: más de 1 GW de turbinas de gas altamente eficientes quedaron fuera de servicio, ahuyentando inversiones y privando al sistema eléctrico de la reserva rápida que amortiguaba los vaivenes de la generación renovable.
El lunes, el fallo de una línea disparó la desconexión automática de las renovables; sin reserva despachable y con las interconexiones saturadas, Red Eléctrica tuvo que cortar carga para salvar la red. El recorte que ya había paralizado Sniace y mermado la competitividad industrial fue, al final, la pieza que completó el dominó y llevó al apagón.
Y, mientras, ¿cuáles fueron las decisiones energéticas tomadas por ejemplo por Alemania? Responder siempre con pragmatismo, nunca desde el sectarismo, nunca descartando fuentes energéticas. Por eso, en cuanto la guerra de Ucrania evidenció un riesgo real de desabastecimiento energético, no tuvo reparo alguno en actuar: reactivó centrales de carbón y de cogeneración gas-vapor, prorrogó la vida de sus reactores nucleares y, en febrero de 2022, el canciller Olaf Scholz dejó claro ante el Bundestag que «no habrá tabúes» para prolongar carbón y nuclear. Solo cuatro meses después, con los almacenes de gas por debajo del 60%, el ministro de Economía Robert Habeck advirtió de que era necesario «usar más carbón y quemar menos gas», volvió a poner en servicio varias centrales de carbón y habilitó un 'mercado de capacidad', un sistema que remunera a las plantas por estar disponibles —aunque no estén generando— para que puedan arrancar en minutos y aportar la potencia firme imprescindible para evitar cortes de luz.
Ya ven, dos países europeos, dos políticas opuestas, dos resultados: Alemania preserva energía y competitividad; España cosecha cierres, inseguridad regulatoria, pérdida de industria real y desde el pasado lunes, incluso apagones.
La energía no debe ser un dogma, sino un activo estratégico. Las renovables son el futuro —la llave que nos liberará de los vaivenes del gas y del petróleo que importamos y que, bien desplegadas, nos hará más independientes y competitivos—, y por supuesto debemos avanzar por esa senda. Sin embargo, mientras carezcamos de almacenamiento masivo e inversiones equivalentes, no podemos seguir castigando las fuentes firmes: necesitamos nuclear, gas y cogeneración para producir con la misma fiabilidad y coste que nuestros rivales. Europa —y, en especial, nuestro país— requiere una política que garantice precios asumibles, reglas estables y una red resiliente si quiere retener inversión y empleo industrial. Si renunciamos a esa palanca, seguiremos importando productos más baratos fabricados con la energía que aquí vetamos, empobreciendo aún más a nuestra industria y a toda la sociedad.
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