Cómo quiebran las democracias
Se observa una deriva autoritaria global protagonizada por líderes sistémicos de regímenes totalitarios
Poco tiempo después de la primera llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en 2017, aparecieron varios libros dedicados a la cuestión del fin ... de la democracia, entre otros «How democracies die?» (2018), de Steven Levitski y Daniel Ziblatt. Se comprende este interés editorial, pues tendemos a pensar con los politólogos que la quiebra de las democracias se produce por razones estructurales, socioeconómicas principalmente, y a manos de derechas desleales, que promueven golpes militares o cerrojazos bancarios, o de gobiernos fascistas que las subvierten y transforman en regímenes autoritarios.
La cuestión parece más acuciante después de su segunda llegada, en enero pasado, convertido en una suerte de Tío Trump, símbolo de una América más autoritaria y dispuesta a cambiar a su favor el orden económico y político mundial. No estará de más recordar aquí al sociólogo español Juan José Linz, que estudió este tema con rigor en la obra colectiva «The breakdown of Democratic Regimes» (1978); en particular, su introducción a esa obra, que se publicó más tarde en español con el título «La quiebra de las democracias» (1987), y su capítulo dedicado a la Segunda República española.
Linz insistió en que la inestabilidad de los gobiernos estaba relacionada con la quiebra de las democracias europeas. Entre abril de 1931 y julio de 1936, por ejemplo, la Segunda República española tuvo 8 primeros ministros y 19 gobiernos, con una duración media de unos 101 días. Además, Linz explicó esa inestabilidad mediante un complejo análisis en el que consideró factores como el pluralismo polarizado y la violencia política, la pérdida de legitimidad democrática y la disolución de la lealtad de los partidos, la incapacidad de gobernar y desarrollar políticas con el resultado buscado, etcétera. En la España republicana, señaló Linz, no hubo ningún partido ni líder importante que cumpliera con la definición ideal de lealtad política:
«Desgraciadamente, los que esperan combinar un gobierno democrático con un rápido cambio social y económico, una combinación percibida por sus partidarios y sus contrarios como revolucionaria, parece poco probable que tengan éxito sin una guerra civil, si sus enemigos pueden obtener el apoyo de las fuerzas armadas. Incluso si los leales ganaran, pasaría mucho tiempo después de una guerra civil, antes de que un gobierno pudiera funcionar como una democracia, concediendo a los vencidos los mismos derechos políticos que a los vencedores. Una guerra civil, sea cual fuere el resultado, significa la muerte de la democracia y el establecimiento de algún tipo de dictadura».
Nuestras democracias no sufren hoy una inestabilidad gubernamental o una violencia política comparables, pero sí se registra una deriva autoritaria global, protagonizada por líderes sistémicos de regímenes totalitarios o políticos elegidos que alteran el juego democrático con su autoritarismo. Ciertamente, las democracias pueden deslizarse hacia regímenes autoritarios de la mano de tales políticos, que van usurpando poderes extraordinarios, propios de estados de excepción, y que colonizan instituciones del Estado y empresas del sector público, consolidando así su gobierno a costa de socavarlas y debilitar el sistema de controles democráticos.
Estos políticos no siempre manifiestan su talante autoritario antes de llegar al poder, burlando así la prevención ciudadana. Por eso Levitski y Ziblatt elaboraron desde la obra de Linz un test de autoritarismo basado en cuatro identificadores que ponen en evidencia a los políticos afines a «los extremistas de su lado del espectro político» y dispuestos a asociarse con partidos herederos de grupos terroristas o partidos convictos de sedición y malversación; que cuestionan la legitimidad democrática de la oposición, incluso de las instituciones del Estado que persiguen sus manejos políticos o su corrupción; que se muestran dispuestos a recortar derechos civiles de los oponentes, incluidos los medios de comunicación críticos, etcétera.
Las democracias no recuperan su normal funcionamiento hasta que esos políticos pierden el poder y desaparecen de la escena publica. Pero tal cosa no resulta fácil dentro del orden democrático, que vincula el poder y compromete a la ciudadanía con los resultados electorales. Pues los políticos autoritarios son populistas y las masas les siguen con la misma fe ciega que miles de romeros a la Virgen de las Nieves. Parece conspirar con ellos, hasta la fragilidad de nuestra civilización técnica, tan expuesta a toda suerte de catástrofes naturales o inducidas.
Como subrayó Juan José Linz, los datos muestran que los gobernantes autoritarios precipitan la quiebra de las democracias y que la consecuencia probable de los procesos federalistas, en democracias con movimientos nacionalistas, es una secesión que las divide para satisfacer su aspiración nacional.
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