Hotel París: conservar nunca es demoler
Amediados del siglo XIX Santander tenía apenas 30.000 habitantes y sus límites se ceñían a la antigua puebla y al creciente ensanche que formaba ... el Paseo del Muelle. El Sardinero apenas era citado en las crónicas pues no formaba parte de la ciudad, sin otros accesos que el Paseo del Alta o atrochando por el alto de Miranda. A sus playas solo iban gentes del lugar a la recieza o de excursión familiar en los días de verano. Podemos imaginar un entorno rural costero en que las praderías se entreveraban con encinas y pinares, y sobre los arenales en estado salvaje asomaban peñascos y cantiles frente al mar bravío.
A partir del último tercio de siglo El Sardinero se fue domesticando para explotar sus cualidades balnearias, apoyado en la creciente moda de la talasoterapia y los 'baños de ola', y los tratamientos sanadores de las algas, siguiendo la estela de ciudades como Biarritz, San Juan de Luz o San Sebastián, que conseguían atraer un nuevo turismo con capacidad económica.
La progresiva urbanización de El Sardinero fue reflejo de un periodo de prosperidad donde negocios y empresas, mayormente vinculados a la actividad portuaria, dieron lugar a una floreciente burguesía. Se desarrolló a la manera de ciudad jardín, muy de moda en la época, donde la naturaleza estaba muy presente y sus paisajes eran su fundamental atractivo, hoy parte esencial de la identidad de Santander y su imagen más reconocida y admirada.
Los bañistas pioneros se hospedarían en el barrio de Miranda y los caminos se modernizaron con el 'Paseo de Coches', actual avenida de los Infantes, y luego el Paseo de Reina Victoria, hasta coincidir en la Plaza del Pañuelo, actual Plaza de Italia, centro social donde se ubicaron los primeros hoteles y el Casino.
La primera urbanización de El Sardinero fue proyectada por el arquitecto Municipal Valentín Ramón Lavín Casalís y tenía como punto de partida la calle Pérez Galdós, nombrada así por ser donde el célebre escritor tuvo su casa. Se construyeron lujosos chalets, palacetes y villas, modernos casinos, cafés y restaurantes, la ermita de San Roque, fondas, casas de huéspedes y hoteles. Se llegaba en carruajes de mulas y caballos, luego en los primeros tranvías de sangre y más tarde de vapor.
Fue necesario levantar una importante infraestructura hotelera para la época: el Grand Hotel, el más lujoso de la ciudad, con 200 plazas; el Hotel Castilla, también llamado Barbotán y antes Fonda de Comercio, para 180, el Hotel Suizo, después Zaldívar y luego Hotel Rhin; el Hotel París, antes Fonda la Esperanza de 200 camas, el Hotel Roma y el Hoyuela, con 100 huéspedes cada uno, ocupaban la misma calle que acabó llamándose 'Avenida de los hoteles'. En el entorno de la Segunda Playa se construyeron los hoteles Inglaterra, Colina, Colón y Concepción y, en La Magdalena el Hotel Balneario del mismo nombre. La construcción del Palacio de la Magdalena en 1913, para la familia real, supuso un revulsivo fundamental y en 1916 se construye el Hotel Real.
El valor patrimonial del Sardinero fue reconocido al declararse Conjunto Histórico–Artístico en 1986, con la máxima categoría de Bien de Interés Cultural, y en 2013 fue aprobado su Plan Especial de Protección donde, además de la normativa general, todas las edificaciones disponen de una ficha donde se determina su grado de protección y las condiciones a cumplir para su conservación.
Recientemente han sido anunciadas las obras de «rehabilitación» del Hotel París, construido en 1903, mantenido en un estado prácticamente original hasta su cierre en 2017 y gestionado por la misma familia durante más de 100 años.
Saltándose las determinaciones del Plan Especial, el Ayuntamiento pretende aprobar su completa demolición y sustituirlo por otra edificación que guarde parecido exterior con el original, igual que ya sucedió con el Hotel Roma y luego con el Hotel Sardinero. El informe municipal cuenta que sus fachadas no tienen valores relevantes que merezcan su conservación y se atreve a aseverar que el derribo no vulnera el Plan de Protección del Sardinero, aunque el edificio esté protegido de forma integral.
Esta aberración contradice el deber de conservación que exige su declaración patrimonial. Quizás sea más cómodo, o rentable, tirarlo y volverlo a hacer, aunque precisamente, lo que se exige a cualquier rehabilitación es consolidar, reforzar, poner en valor y preservar el bien original. La autenticidad es fundamental para el concepto patrimonio, pues si no es así, deja de serlo.
Rehabilitar nunca puede ser derribar para sustituirlo por un decorado. Conviene no equivocar conceptos ni confundir términos para no engañar a los ciudadanos. Además, se debe cumplir la Ley de Patrimonio de Cantabria y la Consejería de Cultura ha de velar que no se vulnere el Plan de protección. El Hotel París representa uno de los últimos testimonios de los orígenes del turismo balneario en Santander, conservarlo es una obligación.
Aurelio G.-Riancho, Domingo de la Lastra, Celestina Losada, J. María Cubría, Miguel de la Fuente, Javier Gómez-Acebo, Montse Martín-Sáez, María García-Guinea, Juan López-Ibor, Carmen Alonso, Rosa Argos, Esperanza Botella, Pino G.-Riancho, Esther Sainz-Pardo, Daniel Martínez-Revuelta, Celia Sobrino, Ana Martínez, Marta Rubio, Manuel L.-Calderón, Sara G.-Riancho, Alberto G.-Hoyos, Digna Fernández, Ignacio G.-Riancho, Celia Valbuena, Celia Sobrino, Ana de la Lastra, Claudio Planás, M. José Trimallez, Ana Trimallez.
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