Guerra civil-cultural
Los cuatro años del Gobierno de Trump han recalentado el conflicto hasta el punto de provocar la invasión del Capitolio
Por razones muy concretas los historiadores distinguen las guerras civiles -enfrentamiento entre ideologías contrapuestas- de las guerras culturales -enfrentamiento entre culturas distintas; por ejemplo, la ... cultura de las clases populares y la cultura de las clases medias-; pero en realidad la guerra civil tiene un alto componente de guerra cultural y viceversa, de manera que es imposible establecer la línea divisoria entre una y otra. Digamos que determinadas ideologías se comparecen mejor con unas culturas que con otras..., y viceversa. Razón por la cual ese tipo de guerra es endémico, en ocasiones pasa desapercibido, a veces se calienta pero no va más allá de la guerra fría, otras veces se recalienta al punto de degenerar en conflicto violento, incluso armado; pero nunca cesa de existir. Se vio en la última guerra de los Balcanes y la actual generación de españoles ha podido comprobar que los rescoldos de la guerra de 1936-39 no se han apagado del todo, se reavivan de vez en cuando; con la guerra civil de Estados Unidos pasa tres cuartos de lo mismo.
Pues bien, los cuatro años del Gobierno de Trump han recalentado el conflicto hasta el punto de provocar la invasión del Capitolio por sus huestes más aguerridas el pasado 6 de enero. Pero esto es sólo la punta del iceberg trumpista, el trumpismo se ha convertido en un movimiento con el que simpatizan unos 60 millones de americanos, convencidos de que las elecciones presidenciales les han sido robadas, impermeables a cualesquiera datos contrastados, resoluciones judiciales incluso del Tribunal Supremo, o razonamientos bien fundamentados. La forma democrática de dar salida a los conflictos irresolubles es pactar un compromiso entre las partes; pero cuando una de las partes se compone de devotos fundamentalistas que han abjurado de la democracia, la guerra civil-cultural resulta ineludible.
Durante un breve tiempo se abrigó la esperanza de que los conservadores republicanos de toda la vida aprovecharían las horas bajas del trumpismo para iniciar la reconquista del partido. El esfuerzo duró apenas dos semanas antes de desinflarse. Del mismo modo que el 70% de sus votantes son trumpistas antes que republicanos, el 70% de sus congresistas son devotos del mismo Santo. Los más radicales hablan abiertamente de apoyar al Trump Party o el Patriot Party, como prefieran llamarle. Ante esta situación los conservadores se tientan la ropa..., y se retiran o se resignan.
El radicalismo trumpista se ha adueñado del partido. Los líderes radicales promulgan las más salvajes teorías conspirativas. Teorías que forman parte de la dieta diaria de sus simpatizantes. Según los últimos sondeos un 20% de americanos adultos cree que un grupo de adoradores de satán que practican la pederastia, se han confabulado para controlar la política del país, un 33% cree que Joe Biden ganó las elecciones gracias al voto fraudulento y un 40% cree que en las alcantarillas del Estado se ha operado a tiempo completo para desprestigiar a Trump.
Estas teorías son completamente irracionales, pero la conjunción de la pandemia con la polarización política y el colapso económico ha hecho que las gentes más vulnerables se convenzan de que las élites dirigentes se confabulan para perjudicarlos. La predisposición a creer teorías conspirativas se asocia con la necesidad psicológica de unas seguridades y certidumbres básicas, cuando estas fallan el suelo se abre bajo los pies. La creencia en dichas teorías no se apoya en argumentos racionales sino en la intensidad de las pasiones -resentimiento, indignación, decepciones- que genera el mundo alrededor. Estas gentes se sienten víctimas de la sociedad y naturalmente se agrupan a la llamada de quienes se erigen en sus salvadores, los cuales orientan las citadas pasiones contra una oposición a la que demonizan sistemáticamente, haciéndoles creer que habrá que recurrir a la violencia si fuera necesario para recuperar lo que les han quitado.
Cuando un partido ha caído en manos de este tipo de dirigentes, es inútil pretender que es posible llegar a acuerdos sustantivos. La salida es otra y pasa por la derrota en toda regla de aquellos que se oponen al sistema. El presidente Biden tiene que ganar esta guerra y apaciguar los ánimos de los vencidos con un tratado honorable. Eso es lo que hizo Lincoln en la guerra civil de 1861-65 y el trato al que se llegó -mejor o peor- ha resistido hasta ahora. Biden lo tiene difícil, no sólo porque es propenso al pacto y en ello ha basado su prestigio político durante 43 años, sino porque eso mismo le hace reacio al enfrentamiento. Si ya esto va a ser difícil de digerir para el estómago de Biden; la dificultad de someter al enemigo en una guerra civil-cultural, donde no cabe la posibilidad de reconciliación, puede llevarle a la tumba. Lincoln tenía 52 años en 1861, Biden tiene 78 en 2021.
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