Las lágrimas de Saviano
Hoy la libertad de expresión está amenazada más que nunca, y defender la verdad roza la entelequia
Me estremece el llanto del escritor que se atrevió a alzar la voz contra la mafia italiana al denunciar en el libro 'Gomorra' esa lacra. ... Un acto de valentía por el que fue amenazado de muerte y condenado de por vida al miedo. Me reconozco en la tristeza inmensa de Roberto Saviano: en esa herida que abre la injusticia cuando la 'justicia' necesita diecisiete años para pronunciar una sentencia que, aún otorgándole la razón, no le libra de la angustia.
Me aterra que una sola persona pueda, con sus palabras o actos, arruinar la vida de otra y convertirla en un calvario sin fin. Me sobrecoge que ese sollozo inconsolable nazca de la defensa inquebrantable de unos valores, cuando mantener la fidelidad a las propias creencias impone un precio tan alto. Tras tantos años de espera tensa, y ya extenuado, al escuchar el veredicto el escritor solo acierta a repetir, entre lágrimas y con la voz entrecortada: «Me han robado la vida y me la he dejado robar». Qué desgarro pensar que, aun siendo un fallo a su favor, es apenas una victoria moral… incapaz de devolverle lo perdido, y que en nada cambiará su vida.
Hoy la libertad de expresión está amenazada más que nunca, y defender la verdad roza la entelequia. Por todo el planeta proliferan regímenes cada vez más autoritarios, dispuestos a imponer su criterio y a atacar, sin disimulo, la libertad de pensamiento en el periodismo, la universidad o la ciencia. El temor a represalias –quizá la retirada de fondos a quienes no comparten sus ideas– cala hondo y condiciona qué investigar, publicar o incluso soñar. Así nace la autocensura, la más silenciosa y peligrosa de las mordazas.
Desde que contamos historias, el poder ha sabido manipular la narrativa a su conveniencia. Nunca hubo 'certezas absolutas'. Lo pienso al recordar la breve novela del historiador Simon Schama; una historia que parte de un hecho: la muerte de un general en un campo de batalla a finales del XVIII. Desde ahí despliega las distintas formas de contarlo: el testimonio oral del soldado que presencia el terrible final, la crónica erudita del historiador que se apoya en datos, o la pintura épica del artista que enfatiza la gloria de la batalla y la muerte heroica. En ese juego de interpretaciones, realidad y ficción, certeza y subjetividad, se entremezclan hasta volverse inseparables.
Las noticias falsas no son un invento moderno, pues ya en la antigüedad se tergiversaba la verdad al servicio del poder. Hace unos años, en el Espacio Telefónica de Madrid, la muestra 'Fake News. El valor de la información' reunió ejemplos de este engaño milenario hoy amplificado hasta el vértigo. En un mundo gobernado por algoritmos, la información que recibimos se amolda a nuestros gustos e intereses, o aquellos que creemos nuestros, pero que en realidad nos son impuestos.
Solo en los libros sigue respirando el futuro. Entre sus páginas encuentro voces distintas, miradas que me invitan a habitar otras vidas, criterios diversos, y pensamientos que me protegen del vendaval de certezas inciertas.
En estos días de estío, mi refugio es 'La Casa de Verano' de Masashi Matsui, y la gran biblioteca que imagina un arquitecto absorto, empeñado en levantar el lugar ideal que persevere la sabiduría, albergue el conocimiento, y sobre todo abra siempre sus puertas a la libertad de saber.
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