Infancia perdida

Cuando apenas han transcurrido veinte días desde que el presidente Vladimir Putin ordenara la invasión de Ucrania, han muerto más de 100 niños víctimas de esta guerra. El número de heridos, de mayor o menor gravedad, triplicará esta cifra. Lo lamentable es que somos conscientes de que esta tragedia va para largo. La historia es maestra de los pueblos, sin embargo, pasan y pasan generaciones, pero no aprendemos. Estas cifras, que se irán incrementando conforme pasen los días, acabarán siendo unos datos para la estadística y serán clasificados como daños colaterales. Comenté días pasados un irónico agradecimiento al invasor interesado en que los ciudadanos abandonasen las ciudades para poder bombardearlas a gusto. ¿Hospitales, asilos, monumentos, escuelas..., incluidos? Mayor cinismo..., increíble. Destruir y reconstruir después con todos los honores. ¿Será así de fácil nublar la autoconciencia de los seres humanos? Preparémonos para lo peor.

Gracias a las gestiones de la Sociedad Española de Hematología y Oncología Pediátrica con los ministerios de Sanidad y Defensa, el contacto con Polonia, y otras colaboraciones, pudo lograrse el traslado a España de más de cien niños de Ucrania enfermos de cáncer. Ya han llegado los veinticinco primeros; la interrupción de su tratamiento oncológico sería catastrófica. Con cierto rubor, pero como torrelaveguense, debo felicitar por su trabajo a mi hija Ana, oncóloga pediátrica y presidente de la SEHOP, a todos sus colaboradores y tantos héroes anónimos. No todo se ha perdido: en medio del caos queda la esperanza.