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Anteayer, mi primo Josemari, Doctor en Medicina, Cirujano Cardiovascular, al pie del cañón en la hora más difícil para muchas generaciones, me sugirió, entre bromas y veras, la posibilidad de escribir un artículo que pudiera resultar estimulante, inspirador. Sumido en su misión, no era consciente de que, parafraseando libremente a Bécquer, para todo un país la inspiración...es él, ellos, el personal al servicio del sistema nacional de salud (Médicos, ATS, Técnicos, Auxiliares, Celadores, Conductores, Operarios de Lavandería, etc.).
No hablo en vano; ni de oídas. Lo palpo directamente en mis hijos, que siguen con admiración y preocupación el extraordinario esfuerzo que vienen realizando diariamente personas muy cercanas, junto con todos sus compañeros, en el hospital...
Esta inspiración, claro está, no es en absoluto nueva. A lo largo de la historia, la medicina, quienes de un modo u otro la ejercen lealmente y sus colaboradores, han sido y son luz en la trayectoria vital de muchas personas y fuente de voluntad creadora en las distintas expresiones del arte y el pensamiento. Algunos ejemplos, traídos aquí de forma deliberadamente subjetiva, respaldarán cuanto afirmo.
Comenzaré por un profundo canto a la vida, pleno de esperanza: el hombre en busca de sentido, del psiquiatra vienés, Viktor Frankl. Según Frankl, la historia, en particular, los campos de exterminio, ofrecieron a su generación la posibilidad de conocer la naturaleza humana como ninguna otra anteriormente. La experiencia de su propio cautiverio, entre otros en Auschwitz y Dachau, le demostró que, incluso en las condiciones más extremas, la dignidad humana es indestructible y el ser humano es capaz de las acciones más encomiables: «Los supervivientes de los campos aún recordamos a los hombres que iban a los barracones a consolar a los demás, ofreciéndoles su único mendrugo de pan». Pese al sufrimiento personal padecido y la tragedia que le sobrevino -tras la liberación supo que su mujer y sus padres murieron en los campos-, defiende que toda vida humana tiene sentido, y esa es, precisamente, una de las claves de su novedoso método terapéutico: la logoterapia. No sorprende que la Library of Congress de Washington lo considere uno de los diez libros más influyentes en Estados Unidos.
Continuaré por un gran ejemplo de honestidad profesional: ante todo no hagas daño, del neurocirujano oxoniense, Henry Marsh. Después de realizar estudios de Economía, Política y Filosofía, descubrió su auténtica vocación profesional cuando ya frisaba la treintena, no obstante lo cual pudo desarrollarla gracias a la existencia en Londres de algo tan extraordinario como una Facultad de Medicina destinada específicamente a alumnos de vocación tardía, es decir, aquéllos que no hubieran cursado el bachillerato por la rama de ciencias. Su libro, a mitad de camino entre la autobiografía y el género epistolar, tiene como uno de sus ejes la responsabilidad en el ejercicio de la profesión. De ahí que destaque, como mayor dificultad de la Neurocirugía, no la técnica quirúrgica, sino la toma de decisiones, lo que, salvando las distancias, es extrapolable a toda actividad humana con repercusión en el prójimo, y justifica el mucho tiempo dedicado a la reflexión. Y de ahí que, durante muchos años, los domingos, al atardecer, recorriera en bicicleta el trayecto que separaba su domicilio del hospital, para visitar a los pacientes que iban a ser operados el lunes siguiente, hablar con ellos y, en definitiva, preparar las intervenciones. Hábito que mantenía por más tensión y preocupación que le generase, inicialmente, el tránsito dominical del hogar al trabajo.
Terminaré con una magnífica creación de otro médico, el director de cine francés, Thomas Lilti, que refleja dos estados del profesional de la Medicina especialmente cercanos: el médico rural y el enfermo.
En 'Un doctor en la campiña', Lilti ha sabido plasmar, por una parte, la dedicación, humanidad y también valentía de un médico rural, y por otra, su difícil condición de enfermo. Para ello ha contado con la inestimable colaboración del Actor François Cluzet, en una memorable interpretación, dignamente acompañado por Marianne Dennicourt. Pese a la inevitable presencia de la enfermedad y la muerte, se trata, nuevamente, de una visión llena de vida y optimismo, en la que puede reconocerse cierto eco de la galardonada novela Doctor Arrowsmith, del Premio Nobel de Literatura, Sinclair Lewis, a la sazón nieto e hijo de médico rural.
Seguramente, la experiencia personal del lector evoque otros muchos ejemplos, pero, como anticipaba, los traídos aquí subjetivamente sirven por sí mismos para corroborar cuanto afirmaba al principio: inspiración...sois vosotros. Por ello, cuando la pandemia que azota España forme parte del pasado, se recordará a los hombres y mujeres del sistema nacional de salud que auxiliaron y consolaron a los demás. Así sea.
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