'Lobby' democrático
Itziar García Carretero
Consultora y analista de comunicación
Miércoles, 4 de junio 2025, 07:13
No pienses en un elefante». Incluso cuando lees este primer enunciado, con el 'no' por delante, nuestra mente evoca al animal, ¿no es así? Lo ... mismo puede llegar a ocurrir (o ha ocurrido) con el significado del concepto 'democracia'. «¿Crees que existe una organización del Estado mejor que la democracia?». Automáticamente, empezamos a dudar y a pensar en alternativas al sistema que probablemente ni se había planteado. Lo mismo puede pasar a nivel colectivo, a nivel de opinión pública. Si preguntamos por las alternativas a la democracia, y además, las verbalizamos, quizá podamos empezar a sembrar la duda sobre un sistema que en la mayor parte de los países occidentales creíamos que estaba plenamente consolidado. ¿O no?
Según los estudios, asistimos a una crisis de confianza en el sistema, especialmente entre los jóvenes (ya votantes, por cierto); según el CIS, el 16% de los menores de 24 años afirma que una dictadura podría ser preferible a una democracia y el 20% defiende que le da igual un régimen que otro. Solo el 29% afirma que vivir en una democracia es «extremadamente importante».
Ahora bien, ¿cómo ha llegado esta oleada de las tres 'p' del profético Moisés Naím a nuestras comunidades más cercanas? Hablo de la polarización, del populismo y de la posverdad. Y quiero detenerme en este último concepto. Según Naím, «el principal objetivo de la posverdad no es que se acepten las mentiras como verdades, sino enturbiar las aguas hasta hacer que sea difícil distinguir la diferencia entre la verdad y la falsedad (,,,). El conocimiento científico y hasta los hechos comunes evidentes pueden ser negados por la creencia de la masa y la fe en el líder». Por terminar con este concepto, ¿quién invadió a quién? ¿Rusia a Ucrania o viceversa? ¿Es cierto que Europa se creó para «joder» a EE UU? Formateemos la opinión pública con la sofisticación que nos brindan las herramientas desarrolladas por los tecnooligarcas.
Pero ahondemos en este sentimiento colectivo. ¿Qué se esconde detrás de esta desafección hacia la democracia? Tal y como explicaba de manera brillante hace unas semanas en este periódico Miguel Gutiérrez Fraile, catedrático de Psiquiatría y miembro de la Real Academia de Medicina del País Vasco, la democracia ha sido, hasta el momento, sinónimo de bienestar «tangible y cotidiano»: defensora de derechos como la igualdad, el bienestar social, la seguridad, el acceso a la vivienda… Sin embargo, parece que hoy el sistema no es capaz de proveernos (si es que ha de hacerlo) de estos 'servicios'.
Me pregunto: ¿tiene que ser el sistema proveedor y el ciudadano mero consumidor? ¿Somos unos simples sujetos de derechos? ¿O también sujetos con obligaciones (para con la comunidad)? Quizá haya que reflexionar a propósito de lo que entendemos sobre qué es vivir en comunidad. O, quizá, dar un paso más hacia atrás y recordar que los seres humanos somos seres sociales por naturaleza; que necesitamos del otro para la propia supervivencia, y, por ende, volver a poner en valor el sentido de la comunidad (auzolana).
Quizá parezca osado, pero me atrevería a decir que detrás de la tecnooligarquía imperante que nos quiere esclavos digitales existe una estrategia bien orquestada por las grandes tecnológicas (y sus 'lobbies') que han sabido evocar ese elefante, sembrando dudas sobre el sistema democrático, y aislarnos en las cuevas, con cámaras de eco inoculando mensajes directos para enarbolar las emociones más primitivas (negativas) del ser humano.
Magos de las palabras, del relato y del neuromarketing que han sabido primero identificar las necesidades humanas y sociales básicas insatisfechas y, segundo, dar solución a las mismas con la certidumbre, seguridad y aparente solidez que no parece garantizar el sistema democrático.
Pese a la mala prensa del 'lobby', del marketing o de la consultoría de comunicación –de los 'spin doctors'–, creo que si se quiere revertir la situación, ha llegado el momento de que la democracia, la Democracia en mayúsculas, también cuente con sus lobistas, consultores o expertos en neuromarketing y comunicación. Y no; no se trata de dar un cheque en blanco a los legisladores a cambio de discursos 'prodemocracia'; tampoco de engañar a la opinión pública con futuros deseables de color purpurina; y mucho menos de comprar a periodistas para que escriban sobre las bondades del sistema. Se trata de que la palabra, el relato y la evocación de emociones ayuden a construir puentes frente a la polarización, a fortalecer y prestigiar las instituciones y a estrechar lazos entre instituciones y ciudadanía.
Todo ello, con un modus operandi basado en la ética y la transparencia, evitando la distorsión deliberada de la realidad, la mentira, que utilizan aquellos que están intentando cambiar el orden mundial, modelando la opinión pública a su antojo e influyendo en las actitudes sociales que están haciendo del mundo un lugar cada vez más hostil.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.