Autoayuda
Estamos mal. O muy mal, depende. Nos lo contaban hace algunas semanas en el Café de las Artes Las Couchers, en un espectáculo genial que ... saca petróleo de la epidemia de coaching y terapias emocionales que nos invade últimamente. Que estamos mal, o al menos lo pensamos. Y donde uno ve un problema, otros ven una mina de oro. Y la explotan, a veces a cielo abierto, sea en sesiones presenciales o vendiéndote manuales de autoayuda.
El problema es que resulta muy fácil caer, porque los pícaros son muy hábiles y, en el fondo, a falta de problemas materiales, todos sabemos que bien, lo que se dice bien, no andamos ninguno. Es uno de los males modernos, cuando en lugar del estado de bienestar que nos tenían prometido nos hemos instalado en el malestar. Y nos pasamos la vida persiguiendo la felicidad, como si fuéramos españoles buenos y benéficos de 1812, cuando sí que era un derecho constitucional.
La procrastinación, el desamor, el pesimismo, las relaciones con los hijos, las adicciones, la negatividad… Para todo tienen solución estos modernos gurús, que se presentan cargados de títulos nada académicos, y en realidad lo único que te venden es un poco de sentido común, que suele ser lo primero que perdemos en cuando asoman los nubarrones, sobre todo los emocionales. En lugar de la ciencia, confiamos en consejeros con fórmulas mágicas; sospecho que, si Cervantes volviera al mundo, en lugar de con los libros de caballerías la emprendería contra esta moderna 'literatura del bienestar'.
Así que lo único bueno que podemos aprender de la autoayuda viene implícito en su nombre, y no hace falta que nos lo enseñe nadie: si estás mal, vas a tener que salvarte tú mismo. O si no, como recomendaba Mario Benedetti… pues no te salves.
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