El escándalo de la democracia
El paganismo ha regresado con fuerza a todos los países occidentales en la medida que el cristianismo ha dejado de ejercer la influencia que tradicionalmente tenía
El «escándalo del cristianismo», idea desarrollada por Kierkegaard en el siglo XIX y hoy muy de actualidad (es el tema central del libro de Javier ... Cercas sobre el Papa Francisco), viene a decir que el cristianismo predica los valores humanistas de justicia, paz y amor en su afán de civilizar la naturaleza humana. Naturaleza cuya querencia natural son los valores paganos: voluntad de poder, coraje, gloria, autoafirmación –el superhombre nietzscheano–; valores que no buscan civilizar la sociedad sino establecer la dominación como su principio rector. Según esta interpretación, el escándalo del cristianismo vendría a ser la propuesta de una religión contra Natura frente a una religión panteísta: el paganismo.
En términos sociales, el cristianismo sería un movimiento liberador de los oprimidos por el poderío de los más fuertes. Lo cual me remite directamente a la esencia de la democracia, claro equivalente político del movimiento social cristiano. En tanto que este paralelismo sea certero (yo creo que lo es) podemos hablar del «escándalo de la democracia», un proyecto político tan contra Natura como el propio cristianismo, pues pretende establecer en la sociedad los citados valores civilizadores contra la dominación autocrática de los más fuertes.
La sempiterna confrontación entre paganismo y cristianismo tiene su exacto correlato histórico en la confrontación entre autoritarismo y democracia. Una confrontación en la que hasta el siglo XX la democracia ha solido llevar las de perder, y que en el primer cuarto del XXI vuelve a estar en serio peligro. Algo que nada tiene de extraño, dado que es bastante más difícil nadar a contracorriente y navegar contra viento y marea.
Con ser una idea renovadora, la democracia sin embargo no se basa en valores progresistas sino en ideas conservadoras. Concibe la sociedad como un organismo vivo que necesita cultivarse, sanarlo cuando se enferma, restaurarlo cuando el tejido social se rasga. Una sociedad donde sus miembros son las semillas que hacen renacer las plantas y los árboles: las generaciones futuras. Así pues, propone «el crecimiento y recuperación de los valores espirituales frente al nihilismo y el narcisismo, que sumados corroen todo sistema basado en la confianza mutua como es la democracia» (David Brooks).
Pero tenemos un serio problema, el reducto conservador ha sido tomado por asalto a manos del nacionalismo populista, cuyos actos son los propios del militarismo: guerra cultural contra los progresistas, contra el islamismo radical, contra la izquierda en general que ha puesto en peligro la supremacía del hombre blanco, que tiene un proyecto de sustitución de los blancos por los inmigrantes de color; los cuales son la escoria de los lugares de donde provienen, y el semen bastardo que corrompe la pureza de nuestra sangre.
La conservadora democracia cristiana surgió contra los nacionalismos europeos que habían llevado a la II Guerra Mundial. Y no cultivó el populismo, al contrario, promocionaron la concordia y el entendimiento entre los pueblos y las clases sociales. Lo opuesto a actual nacionalismo cristiano, que es cristiano de nombre y nacionalista de corazón, paganismo con acompañamiento de música sacra.
El paganismo ha regresado con fuerza a todos los países occidentales, en la misma medida que el cristianismo ha dejado de ejercer la influencia que tradicionalmente tenía. Los occidentales no se llaman a sí mismos paganos sino ateos, agnósticos, no creyentes, etc; pero en realidad han sustituido a Dios por una miríada de dioses menores bien reflejada en el consumismo, el deporte, los espectáculos… que tanto recuerdan las celebraciones paganas de la antigua Roma donde se ensalzaban la fuerza, la conquista, el ego, la fama, la competencia, la destreza, el arrojo. La ética pagana ha apelado siempre a la grandiosidad del macho narcisista porque ello le permite apropiarse de todo lo que ansía. Esta ética excita la vanidad de los egoístas que se jactan de sus proezas hasta el orgasmo. El amor propio es la única clase de amor que cultivan. Aquiles, que se exhibió matando al líder de sus enemigos delante de las murallas de Troya, y luego lo arrastró atado a su carro dando dos vueltas al ruedo, es su héroe mitológico ¿Qué otro sueño húmedo más glorioso pueden entretener sus émulos de todos los tiempos?
Solo tras dos milenios de cultura humanista se logró, de algún modo, que la crueldad se considerase algo detestable. Han bastado dos decenios para que la brutalidad vuelva a ser moneda de uso corriente. El paganismo no concibe que los seres humanos seamos iguales ante la ley, portadores de los mismos derechos y deberes. No le preocupa la idea de preservar la dignidad de los indigentes. Le resbalan los valores universales de beneficencia, empatía y lealtad entre unos y otros. Los cuales, oh sorpresa, han resultado ser condición absolutamente necesaria para que la democracia funcione.
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