El valor y la vigencia de la socialdemocracia
Ser progresista no es un riesgo para nadie, salvo para quien lo es y actúa en consecuenciaca
Vivimos tiempos hostiles para defender los valores de la socialdemocracia, una hostilidad acentuada con Trump, que ha convertido la política en parte de sus negocios. ... El crecimiento de la extrema derecha política y mediática, la apelación al nacionalismo arrogante, la extensión del discurso del odio al diferente, el desprecio a los esfuerzos por mejorar la igualdad de oportunidades de las personas, son elementos contrarios a los valores de la socialdemocracia; son contrarios a la defensa de lo público, al mantenimiento de una fiscalidad progresiva con la que mantener y mejorar el Estado de bienestar, a la prioridad de los derechos humanos y las libertades en un Estado de Derecho y a los esfuerzos por robustecer la igualdad y la democracia.
Las desigualdades económicas quiebran la estabilidad de la democracia, provocan el resentimiento hacia la política y llevan a apoyar las opciones populistas de uno u otro extremo. Pero entiendo que hay que seguir defendiendo la enseñanza pública, el sistema público de pensiones, una sanidad pública de calidad, una política de transportes y unos servicios sociales que atiendan necesidades universales.
Quizá oigamos: si tenemos luz, agua corriente, móviles, un salario mínimo que sube, pensiones ajustadas al coste de la vida, si disponemos de una seguridad razonable en nuestras calles, si la economía mejora y crece el empleo… ¿de qué nos quejamos? Recordando al Zavalita de Vargas Llosa en 'Conversación en La Catedral', ¿en qué momento se jodió la socialdemocracia como la izquierda posible?
Las mentiras y chulerías de tipos como Aznar, las condenas y el listado de condenados de la Gürtel, las corrupciones vinculadas a Koldo, Ábalos y Cerdán, por citar unos ejemplos, rompen la confianza en el sistema democrático, quiebran los esfuerzos de regeneración y pueden cuestionar la actual etapa de un gobierno socialista. Esperábamos más efectos positivos de esa globalización que ha conducido al enriquecimiento de los de siempre y a una desregulación que defiende la derecha política y que se traduce en la privatización de la sanidad, la educación y la protección social.
A estas alturas, no quiero sentirme decepcionado y asistir indiferente al deterioro de valores e ideas que he intentado configuraran mi forma de entender la vida. Me niego a aceptar que los magnates del dólar y ladrones de voluntades propias y ajenas, que se esfuerzan por destruir cualquier avance civilizatorio o los corruptos de todo tipo, intenten destruir aquello que ha formado parte de nuestras aspiraciones como seres humanos y miembros de sociedades libres.
Son quienes han roto las aspiraciones de las clases medias occidentales, que creían poder mantener ese contrato social que estabilizaba lo mejor y lo peor de un modelo capitalista con el que estábamos obligados a convivir, modelo que se podía reformar y mejorar porque creíamos en los contrapoderes que balanceaban nuestros sistemas políticos y nuestras economías abiertas. Creíamos en la estabilidad de nuestras democracias y vemos que están sufriendo la tentación totalitaria.
Tengo la impresión de que se viene abajo este mundo que después de la 2ª Guerra Mundial creíamos mejor definido y regulado por el derecho internacional, las organizaciones supranacionales y los acuerdos multilaterales. La democracia no es solo una forma o un instrumento, es un objetivo y un cimiento sobre el que asentar nuestras sociedades tan plurales como responsables de sus reglas de convivencia. Con rigor y honestidad, intentemos no banalizar la democracia con la desinformación, la difusión de noticias falsas, con la extensión de bulos e insultos, con la manipulación grosera de la opinión pública, por intereses no siempre limpios y todo ello fabricado desde plataformas tecnológicas o mediáticas o desde núcleos de poder o de opinión bien engrasados económicamente.
Es preocupante el desapego de asalariados y colectivos desfavorecidos hacia proyectos progresistas, prefieren opciones conservadoras que odian los valores de igualdad y cuestionan a la propia democracia como expresión del pluralismo de nuestras sociedades. La socialdemocracia ha cometido errores sobre cómo gestionar la globalización económica en una etapa postindustrial, pero no por ello los socialdemócratas vamos a renunciar a convicciones como la lucha por la igualdad y la distribución del crecimiento económico, la justicia, la dignidad, la tolerancia, la cohesión social y la emancipación de los seres humanos.
Importa superar el discurso conservador sin argumentos sólidos cuyo objetivo es crear alarma social, y relativizar las alianzas con un nacionalismo anclado en ensoñaciones identitarias. Lo más sustancial desde la socialdemocracia es la defensa de lo público, de los espacios compartidos y de las políticas que cohesionan, porque quienes argumentan desde un particular liberalismo de cartón piedra, lo que defienden es la desregulación y la privatización, porque les molesta el ejercicio de la política y cualquier intervención del Estado. Ser progresista no es un riesgo para nadie, salvo para quien lo es y actúa en consecuencia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión