¿Un futuro 'ratopín'?
El final de la vida es una parte esencial de ella. Si fuéramos inmortales acabaríamos muriendo de aburrimiento
El ratopín es un pequeño roedor y, por lo visto, disfruta de una gran longevidad gracias a que envejece sin artrosis, sin cáncer, sin enfermedades ... neurodegenerativas… Lo han descubierto unos científicos chinos y no se tardará en aplicarlo a otras especies y a la nuestra, con el fin de aumentar la cantidad y la calidad de nuestras vidas y podamos alcanzar, en un futuro 'incierto', la vida eterna de la medusa 'turritopsis dohrii', especie biológicamente inmortal ya que es capaz de revertir su ciclo vital indefinidamente. En paralelo, la ciencia ya viene investigando la regeneración de las neuronas cerebrales persiguiendo el mismo fin: aumentar nuestra calidad/cantidad de vida. Todos estos avances responden, en último término, a nuestro deseo 'innato' de inmortalidad, presente desde los comienzos del homo sapiens, esta especie tan rara que somos. Los alquimistas chinos ya hablaban del hongo Lingzhi como el ingrediente clave para el elixir de la vida eterna. Sin ir tan lejos, en la mitología griega al bello Titono se le concede la inmortalidad lo que le condena a envejecer eternamente… Sabemos, también, que todas las religiones se han alimentado de ese afán de trascendencia hasta que, más allá de mitos y religiones, los estoicos griegos y romanos intentaron, como buenos sabios, deshacerse de ese deseo de inmortalidad aceptando el final de la vida como parte esencial de ella, y vivir la vida y la muerte con dignidad. Lo dijo nuestro gran Séneca: «Aquel que vive mal no sabe morir bien».
Desde entonces hasta hoy, la vida ha cambiado mucho. Mientras vivimos en una sociedad egocéntrica bajo la ilusión de Narciso, aquel joven bello y vanidoso al que los dioses condenaron a estar eternamente enamorado de sí mismo, comenzamos a soñar el sueño de la biotecnología sin saber si, al final, la prolongación infinita de la vida se acabará convirtiendo en una pesadilla. Todo lo cual me recuerda al último cuento que escribió Borges, 'El inmortal', en el que se apunta que nuestra condición de mortales es lo que precisamente da sentido a nuestros actos. Pensando borgianamente, si fuéramos inmortales nos acabaríamos muriendo de aburrimiento o intentaríamos, vanamente, suicidarnos. Lo sensato sería, entonces, seguir el camino de Ulises y rechazar la inmortalidad que le ofreció la ninfa Calipso. Pero, claro, Ulises era un homo sapiens muy sapiens, y además un héroe.
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