La desigualdad que no cesa
En esta época del año, de relativa, sólo relativa, calma económica, conviene no olvidar que hay algunos problemas que, de forma machacona, afectan en su ... día a día a una buena parte de los españoles. Entre ello, y pese al buen comportamiento de nuestra economía, no cabe ninguna duda de que el de la desigualdad sigue ocupando una posición muy destacada.
Tal y como he mencionado en otras ocasiones, la desigualdad económica entre ciudadanos presenta múltiples facetas y, quizás por ello, no sea fácil eliminarla de nuestras vidas. En la actualidad, y en el caso que nos ocupa, me parece que hay tres facetas o manifestaciones de la misma que son especialmente preocupantes. Tal y como se subraya en el último informe del CES nacional, Memoria sobre la situación socioeconómica y laboral. España 2024, el «enorme agujero negro de la vivienda» constituye uno de los más relevantes.
El acceso a la vivienda, tanto sea en propiedad como en alquiler, ha sido siempre uno de los grandes problemas de nuestro país, pero en los últimos años, debido sobre todo a la comisión de múltiples y reiterados errores políticos, se ha convertido en uno de los problemas estrella, y uno de los que más contribuye al aumento de la desigualdad, pues no sólo se come una parte muy sustancial de los ingresos de las familias con menos recursos sino que, también, reduce significativamente las posibilidad de emancipación de una gran parte de nuestra juventud, mermando así su capacidad de acción económica y, de paso, afectando negativamente al conjunto de la economía. Se trata de un problema que no tiene fácil solución, pero que la misma (sea aumentando el parque de vivienda pública, disponiendo de más suelo público para construcción, regulando los alquileres y promoviendo el alquiler social, fomentando fiscalmente el acceso a la vivienda, eliminando los pisos turísticos en situación irregular, etc., etc.) pasa siempre por una voluntad política de la que, según parece, carecen nuestros gobernantes, sean estos del color que sean.
Una segunda manifestación de esta desigualdad que no cesa y que, en determinados casos, se acrecienta, se refiere a la pobreza infantil, un tipo de pobreza que, ingenuamente, creíamos que íbamos camino de erradicar, pero que, debido a múltiples circunstancias, una de ellas la denominada pobreza energética, se manifiesta con muchísima fuerza (según el informe sobre el Estado de la Pobreza afecta a 2,7 millones de niños y adolescentes). La cuestión, suficientemente grave de por sí, se convierte en sangrante cuando se toman en consideración los enormes beneficios experimentados por las compañías eléctricas.
Una tercera manifestación del aumento y fuerza de la desigualdad la tenemos en lo que, para entendernos y quizás cargando demasiado las tintas, podríamos denominar como la extinción de las clases medias. Por un lado, los aumentos, estratosféricos los califican algunos, de los beneficios de, sobre todo, empresas financieras y energéticas, y, por otro, el apoyo público a los más necesitados (con crecimientos sustanciales del salario mínimo, implantación de la renta mínima garantizada, …) han contribuido a engordar los dos extremos de la distribución de rentas y, en consecuencia, a adelgazar las zonas intermedias. En consecuencia, no sólo sucede ahora que la clase media es, en términos relativos, menos voluminosa que hace unos años, sino que, además, ha ido perdiendo poder adquisitivo: como es bien sabido, el incremento salarial medio registrado en los últimos años no ha compensado en su totalidad los efectos de la inflación, por lo que las clases medias, como casi siempre, son las grandes derrotadas de esta concatenación de acontecimientos.
Por último, otra faceta de la desigualdad que no conviene olvidar es la que nos señala que al menos dos de los problemas mencionados, el acceso a una vivienda digna y la pobreza infantil, afectan de forma desproporcionada a los inmigrantes. Esto, aparte de constituir una injusticia social, constituye una injusticia económica pues, tal y como he mencionado siempre que surge la ocasión, una buena parte de nuestro crecimiento económico se debe a la aportación de los inmigrantes: sin esta, nuestra población en edad de trabajar habría disminuido en casi un millón de personas en los seis últimos años; con la llegada de inmigrantes, sin embrago, la misma ha crecido, en términos netos, en más de un millón cien mil personas.
Aunque solo sea por egoísmo, luchar contra todas estas manifestaciones de la desigualdad tiene que ser una prioridad de nuestra sociedad y nuestros políticos. De no hacerlo, las consecuencias serán, potencialmente, muy negativas.
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