La inversión extranjera directa (IED), como una inmensa mayoría de las actuaciones de naturaleza económica, tiene pros y contras. Si adoptamos el punto de vista ... del receptor, que es el que aquí nos interesa, entre los primeros cabe contar el aumento del capital y financiación externa, la transferencia de tecnología y conocimiento, la generación de empleo, el impulso a las exportaciones, la integración en la economía global y, en ocasiones, la mejora de las infraestructuras; entre las segundas, es preciso mencionar la pérdida de control económico en la toma de decisiones, la repatriación de beneficios al extranjero, el dominio del mercado por parte del inversor, una mayor dependencia externa y, con cierta frecuencia, un daño ambiental importante. Puestos en una balanza, y sin poder cuantificar a priori las ventajas y desventajas, es difícil decir si, en su conjunto, la IED es beneficiosa o perjudicial para quien la recibe. En todo caso, y teniendo en cuenta el afán que la inmensa mayoría de los países tienen por ser receptores netos de IED, no parece existir ninguna duda de que la misma, con todas las salvedades que se quiera, puede considerarse como muy provechosa.
Por fortuna, España es uno de los países que, en términos generales pero con importantes altibajos, mayor beneficio ha extraído de la IED, no siendo exagerado afirmar que la misma ha sido uno de los factores que más ha contribuido a su transformación económica. Por desgracia, esto es algo que no se puede decir de nuestra comunidad autónoma, o no, al menos, en las dos o tres últimas décadas. Aunque siempre se pueden aducir casos concretos en contra, es una evidencia incontestable que Cantabria no ha destacado por su capacidad para atraer inversión extranjera y, en particular, inversión extranjera transformadora. En efecto, si uno mira la información suministrada por Datainvex observará, con desaliento, que somos una de las comunidades autónomas que sistemáticamente recibe un menor volumen de IED, tanto en términos absolutos (lo que parece lógico) como relativos (lo que no lo es tanto): en este último sentido se puede apreciar que rara vez, si alguna, el peso de la misma llega a representar el 1% del total nacional, cuando, aunque decreciente y por poco, el PIB regional supera el 1,2%.
Buscar explicaciones a un comportamiento tan poco edificante no me parece nada complicado, pues, aunque es cierto que contamos con muchos factores favorables a la atracción de este tipo de inversión, no lo es menos que también existen otros muchos que, exagerando el tono para entenderlo mejor, tienden a repelerla. Entre los primeros me atrevería a citar al menos tres: una ubicación geográfica interesante, una cualificación del capital humano relativamente elevada, y una tradición industrial nada despreciable. Entre los factores que actúan en sentido contrario, me parece que, sin estrujarse demasiado la cabeza, todos podríamos citar, cuando menos, otros tres, a cual más preocupante: infraestructuras deficientes, gobiernos regionales poco implicados, y empresariado no muy dispuesto a asumir riesgos. Que nuestras infraestructuras, especialmente de transportes pero también en otros ámbitos (como el energético), nos hacen ser poco competitivos con regiones limítrofes o del resto del país es algo tan evidente que, a mi juicio, no necesita de mayor comentario. Otro tanto sucede con la desidia de los gobiernos regionales, de todos, a la hora de involucrarse de verdad en la atracción de IED; han sido tantas las promesas hechas, todas incumplidas, que, ahora que parece que se puede abrir una ventana al respecto, solo podemos decir aquello de, 'espera, espera', ya veremos en qué termina todo. Por último, y sin ánimo de señalar a nadie, porque en el fondo toda la sociedad cántabra es poco emprendedora, tampoco se puede dudar de que la reducida capacidad de la misma para asumir riesgos empresariales (y la IED siempre conlleva riesgos) es un factor que no contribuye en absoluto a allanar el camino a que inversores extranjeros se instalen en nuestra región.
Aunque los tres factores mencionados contribuyen a hacernos poco atractivos, tengo para mí que el más difícil de solucionar es el tercero, porque, me parece, forma parte de nuestra idiosincrasia; al contrario de catalanes y vascos, mi impresión es que nosotros tendemos a ser más rentistas que emprendedores. Con esto no digo que la solución de los otros dos problemas sea sencilla, solo digo que ésta depende, y mucho, de la voluntad política. Por suerte, esta podría cambiar, sobre todo si los ciudadanos empujáramos todos en ese sentido.
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