Inversión pública
Desde hace ya un buen número de años, uno de los grandes objetivos de la economía española ha sido el de converger en renta per ... cápita con los países de nuestro entorno que, como Alemania, Francia y algunos otros, disfrutan de mayores niveles de bienestar. Pues bien, aunque ha habido momentos en los que parecía que este objetivo estaba al alcance de la mano, la realidad es que el mismo se nos escapa continuamente entre los dedos y, de hecho, todavía estamos lejos de conseguirlo. Para lograrlo, ya se sabe, hay que mantener de forma sostenida ritmos de crecimiento del PIB superiores al de los citados países, algo que, en la práctica, parece bastante complicado. ¿Por qué?
En esta misma columna me he referido, en reiteradas ocasiones, a los principales determinantes del crecimiento económico. Hoy, tratando de responder, al menos parcialmente, a la pregunta anterior, me voy a referir a uno de ellos, al que, por desgracia, no prestamos mucha atención: la inversión pública. Como es bien sabido, esta inversión es un componente esencial del gasto público y tiene un efecto muy positivo sobre el conjunto de la economía, ya que no sólo vigoriza la inversión privada, sino que, junto con esta y las ganancias de productividad que suele llevar anejas, promueve el crecimiento económico.
En este sentido, uno de nuestros problemas radica, como ha subrayado no hace mucho Javier Domenech, en la insuficiencia crónica de la inversión pública en nuestro país. Por motivos que, en esencia, son casi siempre políticos, este tipo de inversión suele ser el componente más volátil de la demanda agregada, lo que dificulta que la misma cumpla el papel que le corresponde. Pero es que, además de la volatilidad, la inversión pública en España registra, en promedio, niveles bastante más bajos que los de los países a los que queremos igualarnos en renta por habitante.
No parece que los fondos europeos estén transformando nuestra economía ni que aprovechemos este apoyo exterior
En cuanto a la volatilidad, cabe señalar que, de acuerdo con un estudio reciente del BBVA, España pasó de registrar una inversión pública equivalente al 4,1% del PIB entre 1996 y 2008, a una que se encuentra sistemáticamente por debajo del 3% desde entonces, y todo ello tras haber caído al mínimo del 2% en 2017. En lo que se refiere a los aspectos comparativos, valga decir, a título de ejemplo, que la inversión pública española en 2024 se situó en el 2,7% del PIB, muy por debajo del 3,6% anotado por la UE ampliada y todavía más por debajo de la correspondiente a los países que se unieron a la UE en 2004. Como consecuencia de estos vaivenes y de esta escasez crónica de la inversión pública, no sorprende que nuestros avances en materia de convergencia en renta per cápita con los países más desarrollados sean siempre transitorios. Avanzamos cuando, junto con otros factores, invertimos más que ellos, y retrocedemos cuando ocurre lo contrario.
Pero, aparte de este problema (que nos recuerda aquello de 'un pasito p'alante María, un, dos, tres, un pasito p'atrás') tenemos otro añadido de iguales o mayores proporciones: que no aprovechamos bien las oportunidades que nos vienen del exterior. Me estoy refiriendo, cómo no, a que los fondos Next Generation de la UE, que deberían haber aumentado el peso de la inversión pública en el PIB y contribuido a transformar nuestra economía, de forma significativa en ambos casos, no parece que estén logrando ni una cosa ni otra. Esto no sólo lo digo yo, sino que implícitamente también lo sostiene el estudio del BBVA cuando afirma que la evidencia sobre el uso de tales fondos «sugiere que no han tenido el efecto adicional esperado y que han podido sustituir otros recursos, que se han utilizado para atender gastos públicos corrientes. Esta hipótesis es consistente con el escaso efecto tractor que se ha observado desde 2021 sobre la inversión privada».
No cabe ninguna duda de que, desde hace en torno a una década, el gasto público social en nuestro país ha ido ganando protagonismo, algo que, en mi opinión, es bueno. Ello, sin embargo, no debería ser óbice para que el gasto público productivo, esto es, la inversión pública, tuviera un papel más relevante. Aunque ambas cosas parecen difíciles de compaginar, lo cierto es que el maná que nos ha caído y sigue cayendo del cielo con los fondos Next Generation debería haber servido, y seguir sirviendo, para lograr esa compaginación. De no ser así, habremos perdido, una vez más, una ocasión de oro de dar un 'gran salto adelante'.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión