Productividad
Acrecentar el tamaño medio de nuestras empresas y favorecer la colaboración público-privada aumentaría las ganancias
Puesto que en esta misma columna me he referido con harta frecuencia a la cuestión de la productividad, a veces siento un cierto pudor a ... la hora de abordar, una vez más, este mismo tema. Sin embargo, vuelvo a hacerlo porque creo que la ocasión lo merece, sobre todo después de que el FMI, en su informe sobre la economía española, nos llamase la atención al respecto, eso sí, después de repartir algunos elogios sobre la buena marcha de la economía española.
Pues sí, aunque el ruido ambiental, una auténtica cacofonía, impide centrarnos en lo que de verdad importa, no se puede negar que la economía española va, al menos en términos comparativos, como un tiro, lo que nos ha granjeado la palmada en la espalda del mencionado FMI. Aun así, sería injusto no reconocer que, entre otros, la misma se sigue enfrentando a dos problemas importantes, uno de los cuales, al menos, tiene visos de estructural y el otro va camino de tenerlos.
El que corre el riesgo de convertirse en estructural, y que sólo menciono de pasada, hace referencia a lo que considero como injusta distribución de los beneficios del crecimiento económico; aunque es cierto que la pobreza extrema se ha ido amortiguando con el paso del tiempo, también lo es que la pobreza, sin más calificativos, sigue siendo muy prominente y que las clase media la gran perdedora de esta bonanza económica.
En cuanto al problema de naturaleza auténticamente estructural, me estoy refiriendo, claro está, a la productividad, verdadero talón de Aquiles de nuestra economía. Para expresarlo de forma sencilla, crecemos más porque hay más personas trabajando, esto es, porque aumenta nuestro volumen de empleo, pero no porque nuestros ocupados sean más eficientes, más productivos. Antes al contrario, la productividad del factor trabajo en España no sólo se sitúa por debajo de la de nuestros principales competidores sino que, además, su evolución tiende a ser menos dinámica.
Así las cosas, el problema radica en que la verdadera fuente del crecimiento económico, al menos cuando este se entiende como un proceso de medio y largo plazo, y de la mejora del nivel de vida de los ciudadanos, no es otra que la productividad. Solo haciendo las cosas de manera más eficiente, más productiva, seremos capaces de mantener y mejorar nuestro nivel de vida a lo largo del tiempo.
Es precisamente por esto que, de alguna manera, el FMI nos llama la atención y nos anima a que actuemos para tratar de revertir la situación. Como ocurre con harta frecuencia, las recetas relativas a cómo hacerlo son, en esencia conocidas, y el Fondo insiste sobre algunas de ellas, pero no todas. En una de las que incide, que para mí es fundamental y no sólo por motivos personales, es en promover la excelencia en la educación superior; quizás, y si el Fondo me permite humildemente enmendarle algo la plana, el acento no habría que ponerlo tanto en el logro de la excelencia (que también, pero que en líneas generales considero más que aceptable) cuanto en que las empresas y la sociedad en su conjunto aprovechen debidamente todo lo que emana de la Universidad: conocimiento teórico y práctico, tecnología, egresados, etc. El Fondo insiste también en la necesidad de impulsar el mercado interno y en la de racionalizar, y en lo posible, homogeneizar, todo lo relativo al tratamiento fiscal de empresas y particulares, esferas ambas en las, reconozcámoslo, el Estado de las Autonomías ha tenido y sigue teniendo un comportamiento un tanto pernicioso.
En lo que el FMI no insiste tanto, o incluso no dice nada, es en otros dos ámbitos que, a mi juicio, son primordiales para intentar acrecentar nuestras ganancias de productividad y, así, reducir diferencias con los países más avanzados. Se trataría, por un lado, de acrecentar el tamaño medio de nuestras empresas; no sólo sucede que el tejido empresarial está excesivamente atomizado sino, también y sobre todo, que el referido tamaño medio es muy bajo, en particular, y una vez más, en comparación con el de nuestros principales competidores. Por otro lado, se trataría de promover todo lo relativo a la cooperación entre todas las partes, públicas y privadas, implicadas, de una forma u otra, en la mejora de la productividad; por desgracia, esta es una asignatura pendiente, tanto en lo que se refiere a la colaboración público-privada como, y de forma aún más sangrante, en lo concerniente a la colaboración entre instituciones públicas de distinto signo político.
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