Salarios reales
Uno de nuestros dichos más populares sostiene que «nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira». Aunque ... no hay ninguna duda de que esto es así, tampoco la hay de que una manifestación de subjetivismo extremo como esta resulta de poca o nula utilidad a la hora de tratar de hacer congeniar posturas encontradas. De entre los múltiples ejemplos sobre economía que existen al respecto, uno de los más debatidos es el relativo a la evolución de los salarios reales, pues, dependiendo de la posición apriorística que se tenga al respecto, los puntos de vista sobre la misma pueden discrepar de forma radical.
No hace mucho, un medio nacional publicaba que «los salarios pactados en convenio acumulan un año subiendo por encima de la inflación». Esto, que es tanto como decir que los asalariados han ganado poder adquisitivo, se convierte en un arma arrojadiza para quienes están en contra de cualquier mejora salarial, sea esta directa o indirecta (vía, por ejemplo, reducción de la jornada laboral).
No hace tampoco demasiado tiempo que distintos medios se hacían eco de la publicación, por parte de la OCDE, de una estadística de salarios medios anuales en todos los países miembros de la misma. En ella se ponía de manifiesto que, en promedio, los salarios reales, esto es, descontando la inflación y expresados en paridad de poder adquisitivo, habían crecido un nada despreciable 30% entre las tres décadas que van de 1994 a 2024. Como todo valor medio, este incremento esconde comportamientos individuales muy dispares; así, por ejemplo, México y Japón son los únicos que sufrieron caídas en sus salarios reales mientras que los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) anotaron aumentos por encima del 260%. Y en España, que es el país que nos interesa ¿qué? Pues, por desgracia, España es el cuarto país con peor desempeño salarial después de los dos arriba citados e Italia: durante los treinta años examinados en la estadística de la OCDE, los salarios reales en España sólo crecieron, para ser exactos, un 2,76%. Una dinámica tan paupérrima como esta, que no puede explicarse por la evolución de la productividad (que, aunque pobre, supera a la de los salarios) puede convertirse a su vez en arma arrojadiza para quienes sostienen, con razón, que los asalariados son, a medio y largo plazo, los damnificados de cualquier proceso de crecimiento.
Si los dos hechos comentados son ciertos, ¿con cuál nos quedamos?, ¿o no tenemos que quedarnos con ninguno? Aunque es evidente que la respuesta a estas cuestiones dependerá, como señalaba al principio, de cual sea nuestro particular punto de vista, me atrevería a decir, y creo que con ello soy todo lo objetivo que se puede ser, que el segundo, el miserable crecimiento de los salarios reales registrado en los últimos decenios, es un fenómeno mucho más consistente y significativo que el de las ganancias anotadas a lo largo del último año. Y lo es porque, con independencia de avances transitorios, es imposible mejorar el nivel de vida de los asalariados y la distribución de la renta si no se producen incrementos salariales reales más sustanciales.
Se me dirá, y no sin razón, que tales incrementos sólo se pueden conseguir con ganancias equivalentes, o similares, de productividad. Siendo esto cierto, hay dos cuestiones que, al respecto, creo que sería pertinente plantearnos. La primera de ellas, es por qué con unos salarios reales que, en promedio, son un 11% más bajos que los de la OCDE, nuestra posición competitiva internacional no mejora en la misma proporción. La segunda cuestión, no por repetida menos relevante, es por qué nuestra productividad no crece lo suficiente como para cerrar la brecha que existe con los países más avanzados. Puesto que sobre esta cuestión me he manifestado en múltiples ocasiones, valga recordar aquí que, como mínimo, hay tres factores que la explican: lo reducido de la inversión privada y pública, la atomización de nuestro tejido empresarial, y las disfunciones organizativas. Pues bien, pese a ser en gran parte responsables de la baja productividad media por trabajador, en ninguno de estos tres ámbitos, los asalariados tienen mucho que decir. Aun así, son ellos los que, como norma, se ven directamente perjudicados por la mediocre evolución de sus salarios reales. Una vez más se cumple aquello de que pese a que no somos responsables de lo que sucede, esto nos afecta en mayor medida que a los demás.
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