No es preciso ser un experto en salud para intuir los peligros que el uso abusivo de las redes sociales está provocando en la sociedad ... en general, y entre niños y jóvenes en particular. Una fiebre de comunicación virtual vinculada, paradójicamente, a una progresiva incomunicación personal, que genera problemas emocionales y físicos, como confirmaba un reportaje que hemos podido leer estos días. Las redes sociales, con su despliegue constante de imágenes idealizadas y vidas aparentemente perfectas, fomentan una cultura de comparación que puede erosionar la autoestima y desencadenar ansiedad y depresión. Insomnio, estrés y hasta problemas de pareja se incluyen también entre las consecuencias de estar 'enganchado'.
Servidor, pese a ser un forofo de la tecnología, no tiene perfiles personales en redes sociales. Cuando me preguntan, generalmente con tono de sorpresa por la causa, respondo con dos argumentos: no necesito ser más conocido, ni veo la utilidad de retransmitir en el universo digital mi vida privada. Además, tengo una idea muy clara: no todos los que están en redes sociales son imbéciles, pero todos los imbéciles están en redes sociales.
Una encuesta realizada en Estados Unidos ha cuantificado en casi cinco horas diarias el tiempo que niños y jóvenes pasan consultando sus redes sociales. No es extraño que expertos sanitarios planteen que en el acceso a las redes aparezcan mensajes disuasorios similares a los de las cajetillas de tabaco, que afirman han dado resultado, reduciendo el tabaquismo.
En el caso de los mayores se suman nuevos peligros de las redes sociales. Los algoritmos que priorizan el contenido basado en la interacción, amplifican mensajes polarizadores y extremistas, que atraen más atención. Las noticias falsas y los mensajes políticos que apelan al miedo y la indignación, movilizan a muchos votantes más fácilmente que los hechos. Algún ejemplo hemos tenido en las recientes elecciones europeas. Por otro lado, la propagación de noticias falsas puede minar la confianza en los medios de comunicación tradicionales, y también en las instituciones, haciendo que los ciudadanos sean más susceptibles a mensajes populistas y extremistas. La receta adecuada: menos redes y más diálogo, pausado y cara a cara.
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