Algunas reflexiones sobre esta Feria del Libro 2025
En la vida de un niño tres años es una inmensidad, es un tercio de su vida, es el equivalente a lo que yo llevaba existiendo y comiendo percebes cada nochebuena
Ya es tradicional mi artículo sobre la Feria del Libro. Y digo tradicional porque ya lo he hecho tres años seguidos y hace mucho comprobé ... que tres veces es tradición. Dejénme primero que les cuente cómo descubrí esto y luego hablaré, por no romper la tradición, de la Feria.
Todo empezó una nochebuena, y prepárense para un cuento a lo Dickens, que la que yo estaba absolutamente carente de dinero, no me extiendo con las circunstancias, pero tenía, ademas dos niños que pedían sendas bicicletas y que, maldita sea, habían sacado buenísimas notas como para negárselas. Cualquiera que tenga hijos y esté leyendo esto habrá hecho la cuentas de lo que cuesta celebrarlas fechas tan señaladas del amor, la esperanza y la paz en condiciones y, si se pone en mi lugar, sacará las cuentas de que no daba para dos bicicletas y una cena de lujo.
Así que, días antes del 24, inicié una campaña de protesta contra el consumismo desmedido de estas fechas más por necesidad que por convicción y anuncie que me negaba a gastar en una noche en la que lo importante era estar todos juntos una millonada que no tenía en marisco, cordero y las viandas que, tradicionalmente, habían abarrotado otras mesas de nochebuena desde siempre.
Anuncie que este año, en una campaña domiciliaria pero muy concienciada, cenaríamos tortilla de patatas y unos pimientos al horno, que, mal me está decirlo, pero me salen excelentes. Gracias a eso, a mi artera manipulación anticapitalista, pude permitirme comprar dos capitalísimas bicis que mis hijos recibieron cargando los gastos a otros seres mágicos que nada tenían que ver con su padre.
Mi plan, perfecto por otro lado, era recuperar mis bolsillos durante el año y, la siguiente nochebuena confiar en la corta memoria de los niños para volver a cenar percebes. Pero tampoco el siguiente diciembre vino caudaloso, de hecho vino peor y los jodidos niños seguían siendo buenos y sacando excelentes notas mientras pedían en sus cartas una consola que ya les iba tocando tener. Nueva campaña pro tortilla con pimientos y a esperar a los percebes doce meses más.
Pero, amigos, en la vida de un niño tres años es una inmensidad, es un tercio de su vida, es el equivalente a lo que yo llevaba existiendo y comiendo percebes cada nochebuena. Así que, al tercer año, con mi economía al fin sacando la cabeza de la bañera, fueron ellos los que, según estábamos cando las luches de la caja para montar el árbol, empezaron a relamerse hablando de los deliciosos pimientos y de cuantos dlas quedaban para sacar la vajilla buena y poder comérselos. Traté de manipularlos ahora en el sentido contrario, les sugerí que ese año cambiásemos y compráramos unos deliciosos percebes y un excelente cordero, pero ellos me dijeron que eso podíamos comerlo cualquier día, no como la tortilla de nochebuena que también, pero que ese día sabían especialmente ricos.
Y así fue como, desde ese tercer año, cada 24 de diciembre, sin falta, yo aguanto estóicamente los programas esos idiotas que ponen en esas fechas, espero a que se acueste toda mi familia, dejo los regalos en el árbol, y me escondo en la cocina a comer percebes.
Y no, no he hablado de la Feria del Libro, a la mierda la tradición.
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